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La farsa de Errejón

Chicos, tengo que conseguir ayuda para conquistar mis demonios”, afirmó un campechano Harvey Weinstein a la prensa cuando le empezaron a llover acusaciones de violación y decidió ingresarse en una clínica de Arizona, una fórmula repetida por los lobos que aúllan cuando salta por los aires su inmunidad. El patrón suele ser el mismo: utilizan la autocompasión y se amparan en la ciencia para excusar una sexualidad perversa, violenta, dañina.

Fue Michael Douglas el primero que puso de moda la “adicción al sexo”. Lo habíamos visto en Atracción fatal, lo que facilitaba identificar persona con personaje. Pero en psiquiatría, la conducta sexual compulsiva, y abusiva, no está reconocida como patología. 

Lo sostenía el propio Íñigo Errejón en el Congreso: “No es enfermedad, es machismo”. Ignorábamos que lo que defendía en público lo pisoteaba en privado. Que el hombre aniñado, saltarín, verborreico, buenrollista era un farsante. Su entorno conocía sus atropellos. “Va, no seas exagerada”, respondían a políticas que intentaron desenmascararlo. Él se sabía pro­tegido porque resultaba tremendamente útil para guillotinar a Podemos, y de nada valieron los avisos por parte de congresistas, que haberlos los hubo.

Ignorábamos que lo que el político defendía en público lo pisoteaba en privado

¿Cuántos silencios siguen temblando, más allá del caso Errejón? Porque existe una historia que todavía no se ha escrito, y que ha sucedido en despachos, sacristías, consultas médicas o en el propio dormitorio, de generación en generación: la humillación sexual a las mujeres. 

Silencios que precisan reventar una losa de granito, y eso tan solo es posible en espacio de confianza, como ha ocurrido en la cuenta de Instagram de la valiente Cristina Fallarás. Esas confesiones animaron a la denuncia de Elisa Mouliáa, ya no estaba sola. 

La ministra Ana Redondo ha declarado que es imprescindible denunciar para abordar el problema. Se trata de una enorme temeridad. Muchas pueden dejarse la vida en ello. En España, la ley garantiza los derechos de las que no denuncian –como el brindarles atención integral–. Porque hasta que la vergüenza cambié de lado –qué enorme frase la de Gisèle Pelicot– la historia oculta de las mujeres seguirá envuelta en una espesa ­niebla.

Artículo publicado en La Vanguardia el 27 de octubre de 2024

Publicado en Artículos La Vanguardia

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