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Una calle, un mundo

Tengo una amiga minimalista con un punto esnob que viste de turista japonesa cuando viaja. Considera que los nipones son los únicos turistas que visten con decencia. Una sencillez nada simplona porque sus prendas han sido cuidadosamente elegidas: la camiseta blanca –uno de los mejores inventos de la moda junto con los jeans–, los gorritos de loneta o esos tejidos tecnológicos que se doblan en la bolsa como un origami. Mi amiga reivindica unas pulcras zapatillas blancas frente al desconcierto de sandalias peludas verde fosforito y chándales rosa con logos caros. Ella pasa desapercibida con sus colores neutros que atemperan el guirigay chillón del turista pendenciero, y eso la hace más viajera que turista. 

Huir de las rutas tradicionales y callejear por ciudades extranjeras como si viviéramos allí es condición de flânneur. Siempre he pensado que para conocer bien un país debes entrar en una peluquería local, un colmado o una ferretería, que te regalarán hallazgos insospechados. De Viena a Belfast, Barcelona o Tokio, en este número de Magazine exploramos rincones del mundo que suscitan una emoción. Pierre Mabille, en El espejo de lo maravilloso (Atalanta), afirmaba que la verdadera sensibilidad nunca se equivoca, “sabe qué puerta cerrada conduce al tesoro y cuál es parte del decorado”. Esta es una invitación a los placeres sin tópicos, a las tendencias sin dictado alguno y a perfumes macerados en claustros florentinos. Sí, lo maravilloso está en todas partes, basta con dejarse llevar por los sentidos.

Artículo publicado en La Vanguardia el 30 de septiembre de 2024

Publicado en Artículos La Vanguardia

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