Una repeinada pareja se detiene frente al vagón de un tren con cinco bolsas de shopping, ocho maletas y una anciana cogida de la mano. La cola aguarda a que la paquetería de lujo sea introducida en el tren hasta que una señora en silla de ruedas protesta. “Nuestra mamá tiene más de 80 años”, rechistan ellos. No es excusa para tanto tapón y otra voz se lamenta: “Vienen aquí y se hacen los dueños”. El hombre, limpio de complejos, sentencia con acento latino: “Aquí venimos a dejar mucho dinero”. Nos fastidia su pavoneo, que se muestren superiores en lugar de por debajo de nosotros como un bangladesí. ¿Es envidia social o racismo? ¿Plutofobia o escrúpulo moral?
Los miramos con mentalidad de propietarios, como si las cuadras que compran fueran nuestras. En cualquier parte se está a gusto con dinero. Mucho dinero. No hay piel ni etnia que una cartera bien abultada no difumine; por mucho que esta acabe expulsando a los vecinos de toda la vida. ¡Welcome latin money! A la Comunidad de Madrid le gusta como suena lo de Little Caracas , mucho peor sería Little Habana . En cambio, los franceses encaprichados con el Poblenou barcelonés disimulan su poderío con mayor finura. Ningún Maduro les persigue, ni peligran sus cuentas bancarias. Tampoco son oligarcas, pero deciden desplazarse en busca de terra incognita, nómadas digitales que se resisten a aletargarse.
No hay piel ni etnia que no difumine una cartera bien abultada
En Estar en su lugar. Habitar la vida, habitar el cuerpo (Anagrama), Claire Marin reflexiona sobre el deseo nostálgico de tener un lugar propio, en verdad soñado. Todos lo buscamos, desde el subsahariano que cruza el Estrecho, la chilena que coleccionista Boteros hasta los menores no acompañados que se resisten a ocupar un lugar de mierda. Pero, como señala Marin, “un lugar se caracteriza precisamente porque no deja nunca de desplazase, de ser desplazado o desplazar a quien creía que podía instalarse en él”.
Traslademos el malestar ante los caraqueños del tren hasta allí donde explota la pólvora. La mayoría de las guerras estallan por defender un lugar. Es tan fácil olvidar que todos somos extranjeros en alguna parte.
Artículo publicado en La Vanguardia el 29 de septiembre de 2024
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