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Por el amor de Dios

Giorgia Meloni suspiraba por sacar los buques de guerra de aguas italianas y que así no se colara ninguna maloliente balsa africana. En sus primeros días de gobierno, proyectaba sus épicos sueños e imaginaba una defensa naval digna de quien se hace llamar a sí misma “el presidente”. Sus votantes, enfervorecidos, la veían como una segunda Thatcher, una mujer de hierro cuyo gran reto consistió en hacer aún más desgraciados a los desgraciados. Pero Meloni, admiradora de Mussolini, encarna un neofascismo soft, inoperante. Basta un dato: en el 2023 llegaron a Italia el triple de emigrantes que el año anterior a su elección.

Entre sus logros destaca el gran revuelo juvenil que provocó al criminalizar –bajo el pretexto de prohibir las fiestas rave – las protestas estudiantiles. No se olvidó de humillar a las parejas LGTBI. Y puso el dedo en la herida de aquellos que no pasan su filtro moral, los pobres, recortando la denominada renta ciudadana, un ingreso mínimo vital.

En España, los miembros de Vox se sienten familia de Meloni. Veramente fratelli . Aunque el término nada tenga que ver con la fraternidad, sino con compartir la exaltación nacionalista, el total rechazo a la inmigración o el odio a toda expresión de la diversidad social. También los hermana el declararse católicos, lo que a algunos nos causa sonrojo. Poco aprovecharían la catequesis quienes, con su cruz dorada al cuello, criminalizan de plano a los mal llamados menas , abandonan a su ­suerte a tantos ciudadanos en situación de vulnerabilidad e ignoran a las víctimas de violencia machista. Javier Milei, otro hermano, lo resume en un eslogan que provoca escalofríos: “La justicia social, esa aberración”.

¿Dónde queda la compasión de aquellos que rezan piadosamente el rosario en Ferraz y luego escupen sobre los fundamentos básicos de su fe? Fue un jesuita italiano –y no un social comunista español, ni argentino–, Luigi Taparelli, quien, en 1843, utilizó por primera vez el término justicia social , la que “debe igualar de hecho a todos los hombres en lo tocante a los derechos de humanidad”. Años más tarde la socialdemocracia lo incorporó como un objetivo ético. ¿Una aberración? Sí para quienes la única igualdad tolerable es la del nosotros , siempre frente a los otro s.

Fue un jesuita italiano quien utilizó por primera vez el término ‘justicia social’

Esa ultraderecha que se escandaliza ante lo que no comprende ni quiere se amohína exclamando un “por el amor de Dios” absolutamente vacío de contenido. ¿En qué amor y en qué Dios se amparan aquellos para quienes la religión es puro folklore? Les basta con cumplir una agenda de ritos y procesiones para sentirse en el lado del bien, aun lejos de cualquier recogimiento o pensamiento espiritual.

Patoso y chusco, con bolsas en los ojos, como los miembros de ese no partido Se Acabó la Fiesta, el neofascismo rampante se dedica a reventar el orden democrático, fomentando el odio en una Europa en crisis. Ojalá fuera válida aquella metáfora que escribió George Steiner, comparando el Viejo Continente con un azucarillo disuelto en la taza de café. Un balneario humanista con grandes bibliotecas que todavía creía en los preceptos de la Ilustración. Hoy parece una idea muy siglo XX.

La falta de influencia de la UE para plantar cara a Putin ante la invasión a Ucrania, o su mirada de soslayo al genocidio en Palestina, evidencia que los monstruos van devorando el rastro de Sócrates y Jesucristo. La comedia de los bárbaros vende muchas entradas y apenas se precisa un mínimo de comprensión lectora. Acaso por ello, el lema de la UE, “unidos en la diversidad”, se les atraganta.

Artículo publicado en la La Vanguardia el 14 de junio de 2024

Publicado en Artículos La Vanguardia

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