Nada extraño fue que bien temprano aburriera las peponas , pues en casa dispuse durante diez años de bebés que lloraban sin necesidad de pilas. Pero algo cambió con la llegada de la Nancy, la joya de la corona de Fábricas Agrupadas de Muñecas de Onil (Famosa). Al menos era una niña algo mayor, a diferencia de aquel aburrido Nenuco que anulaba cualquier fantasía aspiracional. Con la primera Nancy valenciana hablamos mucho y llenamos su armario azul, que era mucho mejor que el mío. Hasta que perdió un brazo: fue el principio del fin. Todavía no habían lanzado sus alter egos de aventurera –ya fabricados en China-, pero terminó su reinado en camisón, despelucada, olvidada en la caja de las ilusiones vencidas.
Conocí a las Barbies de adulta, a pesar de las advertencias sobre efecto de la rosificación en mis hijas. Las vi rubias y negras. Con sus piernas largas, su cintura imposible y su porte de modelo dejándose peinar. Custodiaban su cama y se bañaban con ellas. Hasta que un día fueron silenciadas por las Bratz.
Mattel no solo inventó un nuevo tipo de muñeca sino también un insulto
Su creadora, Ruth Handler, que hoy diseña prótesis mamarias para mujeres con cáncer, advirtió que sus hijos, en el juego, recreaban charlas de adultos que no se correspondían con sus muñecas. Así nació el tesoro de Mattel, que no solo inventaba un nuevo tipo de muñeca sino también un insulto. “Es una Barbie” se convirtió en un estereotipo que resumía una identidad hueca, superior a la rubia tonta. Los nuevos aires amenazaban con cancelar a la vieja Barbie, pero sus fabricantes corrieron a actualizarla, a hacerla feminista pese al sonrojo. Aún faltan meses para que se estrene la película que protagonizan Margot Robbie y Ryan Gosling, pero su tráiler causa furor, la tendencia barbicore lleva un año arrasando, y el color rosa ha aumentado sus ventas un 30% en EE.UU. Barbie ha podido con todo. De muñequita boba a icono pop. Porque es demasiado difícil renegar de la propia infancia.
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