Jonathan W. Anderson se confirma como el gran creador contemporáneo con una colección que exalta el gesto
Introversión, mirada interior, fluidez, mutación constante. Ese es el mensaje del creador más influyente en la narrativa contemporánea de la moda, Jonathan W. Anderson. El diseñador irlandés, exigente, virtuoso y extratímido -hasta el punto de hacer su saludo final mirando al suelo igual que un adolescente torvo-, presentó ayer su colección Otoño- Invierno 23 para Loewe.
En el Château de Vincennes se erigió un cubo blanco sorteado por 21 bloques de colores neutros que contenían diez toneladas de confeti sólido, sin pegamento ni armazones. El conjunto medieval iba cambiando con la luz, de la grisalle parisina al haz dorado del sol de invierno, mientras, en la pasarela, la obra de Lara Favaretto, inspirada en la película Midsommar -de Ari Aster- y subtitulada “Dimensiones en el tiempo”, iba erosionándose a medida que las modelos mostraban prendas que codifican un nuevo sentido de la elegancia. Con espíritu reduccionista.
Entre el exterior monumental y el interior desnudo con ecos bauhasianos, la colección presentó a una mujer que viste formas surgidas de una visión arquitectónica de la silueta, tan esencial, limpia y desnuda de todo artificio. “Loewe viste hoy a la mujer inteligente” me dice Erick Maza, periodista neoyorquino de Town&Country. Para Alicia Chapa, directora de moda de Telva, la marca “va un paso más adelante que todos; ha cambiado la silueta y ha redescubierto la artesanía”. Hay quórum entre la crítica. “Jonathan puede concederse el lujo de hacer moda cuando el resto está haciendo lujo. Todos se concentran en una belleza y una estética consolidada, una elegancia que ya conocemos, pero él, siendo el mas joven y libre, invierte en la moda entendida como la capacidad de crear el valor y el significado que todavía no existía. Si se hace demasiado lujo, no se hace moda” me confiesa Simone Nicotra, director de Vainity Fair Europa.
El menú fue exquisito y a la vez sólido: abrigos amplios de cuero -tratado como tejido por los mejores curtidores españoles-, sedas con decolorados paisajes impresionistas decolorados con la marca del tiempo, terciopelos tan mórbidos como estructurados, y vestidos lenceros cuya tela se prendía con una cadena con formando drapeados orgánicos. Loewe presentó el Squaze, su nuevo bolso de cuero mantecoso y detalle de cadena en forma de donut. Así como los enormes cabans, inspirados en la cestería japonesa, en forma de nido de pájaro.
“Esta vez quería gestos más emocionales. Me interesaba la idea de tocarse el codo izquierdo con la mano derecha. Los vestidos con un gesto más defensivo luego se hacen sensuales. Por ello, los dedos pulgares atraviesan trozos de tela y sostienen el vestido… Es una ropa diseñada para el gesto. Por ejemplo, la tela rectangular resulta, en última instancia, una especie de envoltorio. La estructura es como una pelota anti estrés: puedes apretarla y vuelve sobre sí misma” declaraba al diseñador a la salida del desfile, junto a Naomi Campbell que asistió al show, sentada junto a de Anne Wintour. María Valverde o Mafalda de Sajonia también se contaban entre el público, vestidas por la firma.
Le pregunto a Anderson acerca del papel de los artesanos españoles: “Hacemos todos nuestros bolsos en España, lo que, creo, es algo muy raro hoy en día para una marca de lujo”. Y añade: “cuando me incorporé a Loewe lo rechacé todo. Después de 10 años he pasado por un proceso, tras la pandemia , en el había que volver a empezar. Así que regreso a los años 70, que, en este momento, creo que es un punto de partida interesante. Porque, al fin y al cabo, Loewe es una casa de ante, y por eso se hizo famosa”.
El desfile concebido por Anderson también quiere expresar la fugacidad de todo aquello que se desvanece al instante para dar paso a lo siguiente. Leonard Cohen y su You want it darker sonó en el desfile intercalado con el tema de Eartheater, Metallic taste of patience: eso es, a más oscuridad, más paciencia.
En su primera colección desfilada para prêt-à-porter, Daniel Roseberry ha logrado combinar el ADN de Elsa Schiaparelli con una visión personal de su legado. El ojo de la cerradura, el collar de ostras y el Trompe-l’œil retoman su propuesta de alta costura.
Precious Lee, la modelo que mejor representa el movimiento black curvy, (“me inculcaron que ser afroamericana era un superpoder”), abrió la primera colección de Harris Reed para Nina Ricci –propiedad de Puig- Drama, costura, historia y un guiño a las gay parades, integraron una colección elocuente en su mensaje: la belleza diversa ha venido para quedarse. Y para divertirse.
Crinolinas con tul, y trajes con pantalón de campana en colores vibrantes, en la onda Harry Styles, compusieron el recital de uno de los estandartes de la fluidez sexual en la moda, Harry Reed. Modelos trans y mujeres de edades y cuerpos diversos escenificaron un prêt-à-porter que roza la alta costura, sacando del taller tejidos exclusivos y piezas que glorifican los años 80 y 90 con humor y una media distancia. “Como niño queer que crecía en Arizona, la moda francesa era mi vía de escape. Nina Ricci era mi idealización de París: tenía un romanticismo de ensueño” contaba el diseñador en nota de prensa. Me gusta vestir a personas que quieren divertirse con prendas que tienen un significado y una finalidad”.
Un atrevimiento y una emoción indispensables en unas colecciones que han retornado a las básicos, cuestionándose la función y forma de moda en un mundo en transformación.
Artículo publicado en Magazine La Vanguardia el 4 de marzo de 2023
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