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James Rhodes y su dinero

Si en un rapto sinestésico las palabras tuvieran color, impuestos sería de un gris antracita, opaco, sin luz, un sustantivo dispuesto a ensuciar un texto. ¿Cómo buscarles a los impuestos acomodo entre la belleza y la felicidad? No es de extrañar que las declaraciones del músico James Rhodes a la periodista Luz Sánchez-Mellado en El País, en que confiesa que se pone contento cada vez que tiene que pagar impuestos, produjeran tanto rechazo. Yo pensé en su alegría, en el reparador sentimiento del deber cumplido, y al tiempo imaginé el sentido, entre ideológico y espiritual, que adquiría su declaración al fisco.

Pero una ráfaga de odio se extendió en las redes, donde se le puso de tonto para arriba. Hasta el extremo de que él ha lanzado al aire una pregunta: “¿Puede alguien explicarme por qué estar a favor de pagar más impuestos y donar regularmente mi propio dinero a personas u organizaciones benéficas que me mueven es recibido con tanto desprecio? ¿No hay cosas más grandes que despreciar?”.

La guerra cultural se dispara hoy desde la derecha de la derecha. Poco queda de aquella piedad democristiana que forjó Europa. El triunfo de una política hiperventilada como Giorgia Meloni, la cínica blancura de Marine Le Pen o los graves atentados contra el Estado de derecho de Orbán y Morawiecki contribuyen a normalizar el rechazo hacia todos aquellos que escapan a la dicotomía blanco/negro, los que no son de una pieza y cuestionan la trinchera de los llamados principios ina­movibles.

La guerra cultural se dispara hoy desde la derecha de la derecha

La vida se encarece, y empezamos a contar los euros que van al erario con mayor avaricia. Para los enemigos de Rhodes, los pobres parecen culpables de serlo, y quienes defienden el bienestar social ocupan la casilla de los buenistas, término más peyorativo que malicia . Su credo considera los planes de igualdad un chiringuito ideológico, haciéndoles una verónica belmontiana a los derechos humanos. Criminaliza al extranjero y ridiculiza a los solidarios, en las antípodas de la ejemplaridad, según esos guardianes que se dicen cristianos sin serlo y avanzan con garbo en una Europa temblorosa.

En Desde dentro (Anagrama), Martin Amis señala que “si los países son como la gente, la gente es como los países”, y se declara, “al igual que la mayoría de los habitantes del mundo libre”, una democracia parlamentaria liberal. Y me pregunto: ¿se parecerán los James Rhodes de este mundo a España, o, ante tanta barra libre de esta internacional ultraderecha que se consolida, serán expatriados de sí mismos?

Artículo publicado en La Vanguardia el 13 de octubre de 2022

Publicado en Artículos La Vanguardia

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