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Espiar, un estilo de vida

Hay una frase que vincula íntimamente el mundo de la inteligencia con el del glamur. Los redactores de la web del CNI titulan así su oferta laboral: “Más que un trabajo, un estilo de vida”. No dicen ni modo ni forma. Tras varios vistos buenos, supongo, optaron por estilo, que sigue sonando increíblemente bien a pesar del uso banal de la palabra que figura en el rótulo de los puestos de manicura, en la espuma para el cabello o en los anuncios inmobiliarios. Pero es efectiva, promete un mundo.

El caso es que, si te motiva el futuro de España y te atrae el servicio público, puedes animarte a probar fortuna en el CNI. Por su parte, piden lealtad, discreción y espíritu de sacrificio, y, a cambio, una esperaría que le ofrecieran viajes y acción; sin embargo, lo máximo que garantizan es estar en “primera línea de la seguridad nacional”. Con un título universitario y la nacionalidad española se puede aspirar a una de las profesiones con mayor aura cinematográfica. Pienso en la atracción fatal que sienten muchos adolescentes por la criminología, aunque se les acabe pasando, como el color rosa y los cromos de Pokémon.

De los espías de opereta decimonónicos a los actuales sistemas de inteligencia artificial ha pasado algo más de un siglo, pero la tecnología ha abierto una realidad que no solo cambia radicalmente el desempeño del oficio, sino que nos obliga a repensar el concepto de intimidad. Hoy, los agentes se dedican sobre todo a acceder a la información que suministramos en perfiles y cuentas en redes, filtrarla e interpretarla según sus intereses. Cuántas veces nos ha sorprendido la precisión del algoritmo en su intrusión en nuestros propios móviles. Y eso que no están –creemos– infectados con Pegasus.

Vivimos inmersos en un capitalismo de la vigilancia que monitoriza nuestras vidas y sabe a quién llamamos, o enviamos un mensaje, y qué le decimos, qué compramos, cuánto dormimos, los pasos que damos al día y las calorías que ingerimos. El filósofo Éric Sadin anuncia en La era del individuo tirano, el fin de un mundo común, describiendo a un ser hiperconectado y, al tiempo, desvinculado de lo colectivo. Imbuido de esa falsa sensación de poder que proporciona el tecnoliberalismo, que nos hace sentir autosuficientes a cambio de robarnos el alma. Como escribió el gran Le Carré, espía reconvertido en novelista de éxito, “el espionaje tiene una sola ley moral: se justifica por los resultados”. Y, si no, que se lo pregunten a la ya exjefa de los espías, Paz Esteban.

Artículo publicado en La Vanguardia el 12 de mayo de 2022.

Publicado en La Vanguardia

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