Mientras usted y yo desayunamos, en Silicon Valley continúan resolviendo nuestro futuro. Crean intangibles –aunque se les llame “productos”– que robotizarán gran parte de las decisiones que pueden acabar influyendo en nuestra forma de vivir, e incluso de morir. Para ello afinarán los algoritmos, que serán de gran importancia para mejorar la dinámica de un hospital, por ejemplo. Tan solo hay un pequeño problema: el 83% de los ingenieros del valle inteligente son hombres. De ahí que esos algoritmos acaben por beneficiarlos principalmente a ellos. Anna N. Schlegel, considerada la mujer más influyente del sector tecnológico según Analytics Insight , forma parte del escaso porcentaje de ingenieras que lideran la cuarta revolución industrial. El término fue acuñado en el 2016 por Klaus Schwab, fundador del FMI, y lo definía así: “Estamos al borde de una revolución tecnológica que modificará la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. En una escala de alcance y complejidad, la transformación será distinta a cualquier cosa que el género humano haya experimentado antes”.
En esa revolución, no obstante, se empiezan a ver rezagados. La brecha del género es profunda cuando se suma a la digital. Schlegel, que participó en el foro sobre talento femenino del Cercle d’Economia, confesó que ella no fue invitada a formar parte de la élite de la inteligencia artificial, pero levantó la mano y se dijo: yo también quiero pintar ese futuro. Junto a Camino Quiroga y la ministra Raquel Sánchez, las ponentes abordaron un escenario de desigualdad real para el que proponen medidas impostergables. También demostraron que si las mujeres suman en el sector tecnológico, el crecimiento económico aumenta. Pero no tuvieron más remedio que señalar la acostumbrada desidia: la sala, llena a rebosar minutos antes cuando hablaba Núñez Feijóo, se había quedado medio vacía.
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