La normalidad es capaz de soportarlo casi todo. No se amilana ni tras ser alterada por circunstancias abrasadoras, pues ese conjunto de costumbres, formas y ritos, de normativas no escritas que delimitan lo aceptable, tiene siempre la fuerza necesaria para volver a instaurar el orden de lo conocido.
Hoy podremos entrar en una tienda sin taparnos media cara. Ya no habrá impedimento –excepto el miedo– para vernos de nuevo las narices y contemplar esas sonrisas batientes de dientes blancos y encía superior que tanto recuerdan a la alegría. Pienso en las fotos que dejaremos atrás: nos asombraremos al vernos en bodas, bautizos y funerales tan correctamente enmascarados y pensaremos: “Aquellos años extraños”. Porque la sensación de ganado nos ha sacudido como una triste saeta, pero pocos han perdido el tiempo: nunca se habían realizado tantas intervenciones de estética en España. Una vez reabrieron los quirófanos, las blefaroplastias, rinoplastias y liposucciones alcanzaron calladamente una nueva edad de oro, potenciadas por cómodos postoperatorios, ausentes en el mosaico del Zoom –“Lo siento, no sé qué le pasa a la cámara”–. Lo que algunos se ahorraron en cenas o viajes sirvió para quitarse arrugas, ojeras y grasa. Y, así, mujeres y hombres decidieron invertir en sí mismos, sacudirse complejos y calmar obsesiones. ¿Quién va a recordar al detalle tu rostro cuando nos quitemos la mascarilla? No dudo de que persiguiesen un chute de felicidad.
Leo los resultados de una encuesta sobre la felicidad global –realizada a finales del 2021 por Ipsos a más de 20.000 adultos en 30 países–, según la cual en Europa tan solo los húngaros superan a los españoles en desdicha. El malestar hispánico es tanto físico como mental, y arroja una gran melancolía por no encontrarle sentido a la vida. Sin embargo, destaca un dato: tras la pandemia han crecido quienes declaran sentirse “más felices” respecto al 2020. Serán los que se han operado, pienso, o los que no se contagiaron. Los que aprendieron a meditar, a hornear tartas de manzana y, sobre todo, a masticar su soledad, una vez sus amigos se volvieron más misántropos. O los que simplemente han aceptado que un hombre o una mujer debe trabajarse por dentro para quitarse tonterías.
La multitud regresa a la vida a cara descubierta, dispuesta a dejarse hipnotizar por unos labios jugosos, pulposos, dice la publicidad. Lo contrario a secos y finos, porque cotizan las bocas brillantes. Y todo volverá a parecer normal, excepto la infelicidad.
Comentarios