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Botas de mujeres

Venimos de un pasado en el que las chicas que le daban al balón eran marimachos y los muchachos que se marcaban un demi plié, mariquitas. Ambos términos proceden de María, nombre con el que se bautizaba a todas las españolas en el siglo XV en una tradición que se mantuvo hasta bien entrado el XX. ¿Cuántas lo llevamos en el DNI como prefijo o sufijo de nuestro verdadero nombre? A medida que fueron cayendo las “mari”, sus derivados mudaron en antiguallas, pues cada época está llamada a desmontar los estereotipos que le han caído encima como rocas desprendidas de un pensamiento disecado. “El respeto no tiene grados, la igualdad es una necesidad vital del alma”, decía Simone Weil. La interiorización de esta idea consiste en un triunfo del progreso, gracias a tantas historias individuales que convergieron en una lucha y conquista colectivas.

El récord de asistencia a un partido de la Champions femenina en el Barça-Madrid ha rubricado que el fútbol practicado por mujeres interesa. También que es resultado de un largo esfuerzo: cuántas voces rotas, raptos de impotencia, abusos impunes y toallas abandonadas habrán sido necesarios para alcanzar esa heroicidad, la de abrirse paso en uno de los deportes –y ámbitos– más masculinos. Las vimos avanzar con la coleta alta, los cuádriceps de acero, la mirada concentrada, y, sí, también escupiendo en el césped. El fútbol femenino tiene público, y en cambio no se retransmiten todos los partidos, siendo esta una repetida demanda de la afición. Más allá de los equipos fuertes, ahí están los que rinden como profesionales y cobran como amateurs, y que, aun así, no cesan en su empeño de proyectar una nueva cultura del fútbol donde la rivalidad parece más sana y el ambiente, limpio de insultos. Aunque, para que el hito del Camp Nou no sea un espejismo, hará falta que sus gestores sean capaces de convertirlo, además de en un espectáculo, en un negocio rentable.

Artículo publicado en La Vanguardia el 5 de abril de 2022.

Publicado en La Vanguardia

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