La expresión se ha puesto de moda, y se esparce cremosa en conversaciones y discursos. Ilustra el sinsentido de avanzar hacia ningún lado, por mucho que creas ilusoriamente que vas aproximándote a la meta. Para los ratones, en cambio, consiste en una liberación: en su cautiverio, pueden llegar a correr cinco kilómetros durante una noche en una huida hacia delante para sobrevivir.
La obsesión humana de mirarse a través del espejo de los roedores viene de antiguo. El alto precio pagado por la especie en su involuntaria aportación al desarrollo científico ha sido equilibrado por el aprecio de la cultura popular, de Pérez a Micky Mouse, naturalizando la idea de que un ratón hurgue bajo la almohada de las criaturas sin producir espanto.
“¡Parad la rueda del hámster!”, ordenan los gurús de la psicología social. Y es que todavía pensamos en línea recta, creyendo que un paso lleva al siguiente y todo tiene un fin, que nos aguarda un premio. Pero cuando el hámster da un paso atrás, hay esperanza.
Hace tiempo que, tanto en las empresas como en las relaciones humanas, se encendieron las alarmas; sin embargo, un sopor detiene la urgencia del cambio. Ocurre que ese malestar, según sostiene Lola López Mondéjar en Invulnerables e invertebrados (Anagrama), “parece negar la fragilidad, poniendo en su lugar una fantasía de invulnerabilidad que modifica la expresión sintomática de ese mismo malestar”. El suyo es un ensayo profundo que ahonda en esas vidas que carecen de columna vertebral, de una subjetividad crítica y creativa, y que se envilecen malgastando sus mejores horas en correr hacia un éxito que dura un instante, y un fracaso que mortifica el alma en lugar de muscularla. López Mondéjar recuerda y disecciona aquel pensamiento de Pascal, hoy perentorio: “He descubierto que toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: el no saber quedarse tranquilos en una habitación”.
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