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El viento en Chernóbil

Jorge Franganillo / Wikimedia

“La admiración de la tristeza”, así titula la premio Nobel Svetlana Alexiévich la tercera parte de su célebre libro Voces de Chernóbil, que abro de nuevo tras contemplar las imágenes de los soldados ucranianos pisando el suelo radiactivo de aquella tierra vetada para la vida humana, que se ha convertido en una reserva natural. Muchas casas permanecen abiertas en pueblos fantasma cuyas calles forman parte del bosque. Sus habitantes salieron corriendo cuando era ya demasiado tarde, con la piel a tiras o los pulmones reventados. Recuerdo bien un detalle: para no levantar sospechas de la peor catástrofe nuclear de la historia, el gobierno obligó a desfilar el Primero de Mayo a un grupo de niños en edad escolar mientras el viento, arremolinado de veneno, lamía sus mejillas. Ahora que el invasor ruso ha tomado la antigua central y domina su sarcófago, los soldados ucranianos deben defender su tierra, aunque esté contaminada. “De algo moriremos”, se decían.

El umbral del dolor de los rusos es más elevado que el del resto, afirmó Alexiévich, que tiene mucho de filósofa fatalista. La eterna contienda en aquella “región fronteriza” –significado literal de Ucrania– sigue centrándose en un imperialismo que busca, escapando al espíritu de los tiempos, el dominio de territorios estratégicos. ¿No decían que las guerras serían en adelante cibernéticas y diplomáticas, pura inteligencia? Y en el año del metaverso vuelven los tanques y los bombardeos, las familias refugiadas en el metro y un éxodo desamparado cuyo primer destino es la nada.

Los ojos de Putin parecen inyectados en una especie de inmor­talidad reactiva. Mira parapetado en unas enormes placas de hielo desde las que parece ver claro. Reactivar los reactores de Chernóbil –que no terminarán de desmantelarse hasta el 2064– también está en su mano. O ¿acaso no pretende que el mundo admire la tristeza que es capaz de derramar con tan solo mover las pupilas?

Artículo publicado en La Vanguardia el 28 de febrero de 2022.

Publicado en La Vanguardia

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