Joséphine Baker siempre reconoció que había aprendido a bailar mirando a los animales del zoo de su Saint Louis natal, de ahí sus ritmos salvajes. Cuando el director del Casino de París le consiguió un guepardo, Chiquita, para un espectáculo, la Baker se enamoró perdidamente del animal que subía al Rolls Royce para dar un paseo por los Campos Elíseos con estola de piel y guantes de seda.

Karl Lagerfeld me llegó a mostrar las fotos que le hacían a su gata Choupette sus dos, sí, dos cuidadoras. “No, los gatos no son tiernos. Es una presencia divertida, graciosa e inte­resante, no es como un perro. Juegan contigo porque ellos deciden, no porque tú lo decidas. Es lo que me gusta de los gatos. Si me preguntan quien es la mujer más elegante del mundo­ diría que Choupette. Nadie lleva una abrigo de piel como ella”.

Sí, siempre ha habido seres extravagantes que han humanizado a los animales hasta el delirio, y otros que los han maltratado­ con ensañamiento. Hoy, en España las mascotas duplican a los niños: 13 millones de animales domésticos conviven con sus dueños con suerte desigual, por ello era tan necesaria la nueva ley que deja de considerarlos cosas. No es fácil de asumir para aquellos que creen que los animales vivirán mejor que ellos. Mi madre, por ejemplo: “Leí una historia de salvamento en la que dudaban entre rescatar a un pobre anciano o a un perrito adorable. ¿Tú crees que eso es normal?”. Comprendo su asombro, su disconformidad ante un mundo que la abruma con las luces de una nueva ética que por fin restituye la noción de respeto hacia los animales, capaces de enseñarnos paciencia y lealtad y de hacernos evolucionar como especie. “Pero ¿cómo va a tener un loro los mismos derechos que yo?”, insiste ella, que al igual que la mayoría de viudas es un ser doblemente sintiente en una sociedad que ensalza a sus caniches porque las relaciones humanas se hacen más insoportables.

Artículo publicado en La Vanguardia el 10 de enero de 2022.