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Sol quieto

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Se nos escurrió de las manos el día más corto del año entre dolores de cabeza y test de antígenos. Apenas le prestamos atención al solsticio de invierno, y eso que la luz solar llegó al ángulo más extremo del planeta, atravesando el trópico de Capricornio, y al mediodía derramó un color a oro viejo sobre las aceras. Un fulgor enrojecido atravesó las ramas de los árboles en la madrileña plaza de los delfines, y se escuchó un trinar hibernal. “Alguien ha puesto cantos de pájaro en el aire como joyas”, escribió Anne Carson. Así lo sentimos, pero en lugar de celebrar la exuberancia de aquella luz, nos pusimos a dudar acerca de los planes navideños, chequeando el WhatsApp en lugar de atrapar las sombras alegres que tanto maravillaban a nuestros antiguos, hasta tal punto que decidieron que Dios solo podía nacer en uno de aquellos días de sol quieto.

Se retrasa la oscuridad en el hemisferio sur y seguimos igual de confundidos. Aumentan los contagios de la nueva cepa, aunque los españoles demuestran ser los europeos más protegidos con un 90% de vacunados, inmunizados contra la carga mortal del bicho . El presidente del Gobierno asegura las Navidades a sus ciudadanos, en un acto magnánimo, casi sacramental, en el que entrega al pueblo la llave del armario del turrón a pesar de las recomendaciones en sentido contrario de la OMS. De poco han servido los dos años de lucha contra el virus y las inyecciones de dinero de Europa para fortalecer la atención primaria pública: las colas de omicroneados en los centros de salud superan a las de la lotera Doña Manolita.

Las perspectivas de futuro se han acotado, y producen sonrojo los años previos al virus en los que la llamada ideología del bienestar nos aturdía con sus miles de técnicas para alcanzar la esquiva felicidad. Cuando el mundo se monotoniza, vuelve a ti mismo, animaba Stefan Zweig, que también advertía que ya hace ocho décadas todo se tornaba uniforme y homogéneo en el espacio público. Exaltamos la libertad, y en cambio repetimos patrones de conducta creyéndonos audaces, sin lograr ser nosotros mismos. Para ser libres no hay que ser arrogantes, ni insolentes, sino, en palabras de Zweig: “Observar, intentar reconocer, y luego, a sabiendas, rechazar lo que no nos venga bien, pre­servando, también a sabiendas, lo que nos parezca necesario”. Una ola de sentido común debería apaciguar ese ánimo social que araña, golpeado por el desencanto, un ánimo insensato que no se deja llevar por el baile de la luz en estos días de sol quieto. 

Feliz Navidad.

Artículo publicado en La Vanguardia el 23 de diciembre de 2021.

Publicado en La Vanguardia

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