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El gran invierno

David Carrero. Unsplash

Se activan alertas de colores cálidos –amarilla, naranja y roja– por bajas temperaturas, lluvias torrenciales y fuertes vientos con la llegada de la primera ­DANA a nuestro país. Sería lógico que la graduación de la intensidad del clima ­gélido se representara con sus tonalidades: del azul atlántico al petróleo, e incluso que se pudiera anunciar una alerta blanca. Sacaría partido a una expresiva sinestesia y traería el eco del silencio.

El sentimiento de catástrofe galopa en nuestras vidas, y la profunda herida climática ruge haciéndonos sentir como criaturas del arca de Noé. Algunos viven con el pie a punto para agarrarse al abismo. Y acaso por ello, la fantasía de nieve acude rauda en las calles de Madrid. “Viene una nueva Filomena… ¡Y este año, aún peor!”, avisan los vecinos, por mucho que los meteorólogos disientan y repitan que la probabilidad de tener otra nevada de tal magnitud es apenas del 1%. Algunos echan de menos la postal de aquellos trineos urbanos, cuando empezábamos a sacudirnos el virus, confinados de nuevo por los bloques de nieve helada que paralizaron la capital. La angustia se calma con un falso sentimiento de prevención que nunca logrará prever lo impredecible, pero entre algunos también anida una complacencia ante el desastre.

Ha llegado el primer frío arañándonos la punta de la nariz, y sentimos que el ­paisaje vacía su exuberancia a fin de recordarnos su corteza a la intemperie. En el Invierno de sus Cuatro estaciones, Cy Twombly –despreciado durante años por afectado – dejó que una niebla blanca cubriera gran parte de la obra, con pinceladas amarillas y violáceas que transmiten un frío siberiano. La búsqueda de la pureza es más difícil de practicar con el calor, que distrae las esencias. Por ello, la meteorología presenta una nueva poé­tica en la que la nieve uniforma el ambiente desordenado, y cura la vista de ­ruido. Un viejo proverbio zen afirma que “un copo de nieve nunca cae en el lugar equivocado”, y su lectura es ciertamente inquietante en el precario contexto pospandémico.

Errata Naturae publica ahora una bella antología de los mejores pasajes glaciales del libertario Thoreau, titulada El gran invierno . El escritor, que convirtió su aislada cabaña en un observatorio de la sociedad, exaltaba el invierno como un tiempo de vida interior, con paseos y meditaciones que le procuraban una soledad iluminada. Su vida de cabaña vuelve a nosotros con un único mandato: “Enciende tu fuego”.

Artículo publicado en La Vanguardia el 24 de noviembre de 2021.

Publicado en La Vanguardia

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