Cinco mujeres de izquierdas se reúnen para hablar de “la política bonita”. Y como no podía ser de otra forma, les esperan los aguafiestas. A los transportistas, hastiados de silencio y bloqueo, no se les ocurre otra cosa que lanzarles huevos para salir en los titulares. Huevos y mujeres: un marco estético entre Dalí y Fofó.
Las lideresas utilizan palabras excluidas del lenguaje del poder, de amplia tradición masculina, y eso escuece entre quienes manejan expresiones que son cáscaras vacías. Veamos si no la diferencia que brinca entre la política bonita y la política austera, aunque ambas produzcan un alipori enconado. La nueva Pasionaria gallega dice que “aquello” –liderar las izquierdas con banda ancha– es el comienzo de “algo maravilloso”. El auditorio vive el inicio de un amor que pretende ser largo, un amor envalentonado por esa pasión que impide pensar en el final. Las jefas han dicho: pongamos el lenguaje de los sentimientos a la misma altura que el de las cifras. Se trata de una fórmula narrativa convincente: “Escribir es una forma de decir yo”, afirma Joan Didion. Y Yolanda Díaz, que maneja tanto el lenguaje de las cifras como el de las emociones, es capaz de juntarse con Mónica García, algo que su antecesor no pudo hacer con Errejón porque un ego masculino ocupa el doble de espacio. En su discurso, prioriza los asuntos que dependen de los ministerios que en la Moncloa apodaron Fondo Sur, las marías: vivienda, educación, sanidad, ecología y empleo digno.
Hace muchos años que oímos que hay que feminizar la política, pero la realidad muestra que se trata de un ejercicio arduo: según la ONU, de 193 países en el mundo, solo 22 están dirigidos por mujeres. No se trata de una corteza porosa la del poder sino que es pétrea, resistente a la urgencia de la vida. Va siendo hora de cambiar de ciclo, y Yolanda Díaz sabe que pisará cristales, también que la política no puede seguir siendo tan espantosamente fea.
Artículo publicado en La Vanguardia el 15 de noviembre de 2021.
Qué buen artículo, Bonet! Te felicito.