Se produce una extraña circunstancia en torno al papa Francisco: cuanto más se acerca al verdadero nudo del cristianismo –que vincula el amor a Dios con el amor al prójimo– y apela a la solidaridad como imitatio Dei, mayor furia causa entre los católicos ultraconservadores. En su encíclica Fratelli tutti admitía: “El mercado por sí mismo no puede resolver todos los problemas, por mucho que se nos pida creer en este dogma de fe neoliberal”. Que defienda la justicia social y reclame la utopía de un salario mínimo universal les irrita de tal forma que hasta le llaman “comunista bocachancla”. ¡Cómo les duele que vaya lavando trapos sucios en sus homilías! Que pida perdón por siglos de pederastia escondida, cuando se tenía por costumbre empequeñecer el delito, o por los estragos cometidos durante colonizaciones como las de América o África. Les llevamos el alfabeto y el evangelio, pero a cambio les quitamos el oro y la dignidad, perpetuando generaciones violentas y racistas que siguen dedicándose a la trata de esclavas (sexuales).
Criticar al Sumo Pontífice se ha convertido en una especie de ping-pong de tertulia, en el que le acusan repetidamente de populista, peronista o provinciano, y anuncian, tan panchos, que ya solo les queda aguardar la hora en que el Señor lo quite de en medio. Aunque no es menos cierto que su popularidad permanece imbatible. Bergoglio ha hecho de la sencillez y el pragmatismo una marca, igual que de su sonrisa. Pisa la calle, en lugar de permanecer aislado bajo los artesonados de palacio. Y todo eso molesta porque cuestiona, digamos, a la profesión: cardenales y prelados que nunca han entendido el voto de pobreza.
En Argentina no fue un revolucionario, más cerca del cura de parroquia que del docto teólogo. Del mismo modo que sacó del fuego eterno a divorciados y separados, declaró que los homosexuales tenían cabida en la casa de Dios, y, en el vía crucis del 2020, se rodeó de expresidiarios, que incluso escribieron algunas de sus meditaciones. El ala dura del Vaticano parece haber logrado que su mensaje cuaje: este es el Papa de los ateos y agnósticos, de los relativistas, de quienes tienen dudas de que exista una sola verdad “eterna e inalterable”. Y pienso en la morrocotuda suerte que la curia debería celebrar: que por fin un Papa se salga de su clientela habitual y la amplíe con conversos que dudaban de Dios a causa de la escasa ejemplaridad de no pocos de sus mensajeros. Javier Gomá, en Necesario pero imposible (Taurus) –el último volumen de su tetralogía sobre la ejemplaridad–, analiza la figura de Galileo y le llama la atención “su escasa autoconciencia”. Lo presenta como un hombre que abandona el yo a su suerte, y anuncia a las víctimas del mundo, a los despreciados y postergados, que Dios los considera sus hijos predilectos. “Jesús no gozaba de buena reputación en los círculos respetados porque alternaba visiblemente con pecadores”, esgrime Gomá en su apasionante ensayo.
El papa Francisco también parece un insensato, ajeno a las máquinas trituradoras del gran poder. Aunque sigan pendientes profundos debates, como el papel de las mujeres en el seno de la Iglesia, las riquezas del Vaticano, la vigencia del celibato o qué hacer con los religiosos de colmillo retorcido que expulsan a los distintos de sus parroquias, ha logrado mojar la palabra de Dios en una taza de café, para hacerla sencilla y humana. Ya intuyó que ser Papa significaría ser también mártir. La gran paradoja es que se le juzgue por ser y parecer demasiado cristiano.
Artículo publicado en La Vanguardia el 23 de octubre de 2021.
Me ha encantado este artículo.
“La gran paradoja es que se le juzgue por ser y parecer demasiado cristiano” …
Esta frase lo dice todo.
Doy gracias a Dios por este Papa. Su sencillez , su valentía y por enseñarnos a ser cristianos , seguidores de Jesús.
Rezo para que pueda seguir haciendo su tarea Como hasta ahora. GRACIAS PAPA FRANCISCO