Cuando Pedro Sánchez entró en la escena política con una estrategia aprendida de la guerra relámpago, una desacomplejada Esperanza Aguirre alabó su físico: “Es guapísimo”. Levantó la veda para que ellas, ellos y elles admiraran la apostura de aquel actor revelación que alcanzaría la presidencia del Gobierno. El tópico de la rubia tonta se extendía sobre él, y sintió el amargo prejuicio. ¿Cómo era posible que alguien con un físico propio de una serie de Netflix fuera capaz de gobernar un país?
En la España acomplejada, coronada tan solo una vez como Miss Universo –cuando la conquistó Amparo Muñoz se abrió un pequeño haz de luz en un país estropajoso–, se hicieron risitas ante la guapura de Sánchez, contagiadas por el pudor de quienes evitan la belleza ajena porque les agrede. La prensa extranjera, en cambio, alabó el físico del nuevo líder español, su tonificada musculatura de exjugador de basket y su rostro armónico, bien alejado del resto de líderes europeos. Miren hoy alrededor.
Los norteamericanos, muy sensibles a la belleza, piropearon a Pedro Sánchez
Los yanquis son extremadamente sensibles a la belleza, y piropearon a Sánchez como solo se escucha fuera de casa: “Hot president, Superman!”. Sin rubor. El primer presidente español a quien le sientan bien los vaqueros desplegó sus encantos en las Américas, mientras, aquí, sus contrincantes se lamentaban de que la cámara no les quisiera.
Al presidente, el escritor Manuel Vilas le llama Narciso en su deliciosa novela, a punto de salir: Los besos (Planeta). Su protagonista se vanagloria de que desde el “Sur de Europa, lleno de calor, moscas y lagartijas”, se eleven Sánchez con su 1,90 y Felipe VI con 1,98 por encima de las demás cabezas poderosas mundiales. La inexpresividad política de nuestro país se corrige con la expresión corporal de un presidente que se ha revelado como el mejor reclamo que necesita el turismo. Imagínenle frente a la cámara de la Leibovitz, bastaría un eslogan: “Spain is hot”.
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