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Placer por placer

Foto: Licencia Unsplash Zuza Galczynska.

Me gusta la expresión “tiempo libre”. Reúne dos palabras hermosas que, juntas, conforman una prometedora idea. Asocias pausa, piscina, lectura, melocotones, senderos y una mochila vacía de asuntos pendientes. No obstante, suele ser tramposa cuando se acompaña del imperativo, incluso de la voz interior que grita: “¡Aprovéchalo!”. Porque ocurre que, a menudo, las suculentas horas en blanco se desvanecen sin haber conseguido apenas premio, una chuchería del azar. “Se me ha ido el día en nada”, decimos, frustrados por habernos enredado en la tela de araña de la intendencia. También porque ser hacendosos procura un alivio momentáneo, logrando que nos sintamos personas correctas y eficientes.

En cambio, poco practicamos el ocio puro, sin otro fin ni provecho que el placer. Nos cuesta habitar ese tiempo desprovisto del látigo de la utilidad. Y nos ­entregamos a un falso ocio que sirve para reparar agujeros, a ocuparnos en actividades que nos agotan pero nos hacen sentir productivos, enriquecidos, decimos.

“Los científicos sociales consideran que el tiempo de ocio no contaminado por otras actividades que no lo son ha caído de forma generalizada y afecta a todos los niveles de ingresos y educación”. Lo afirma Krzysztof Pelc, profesor de la Universidad de Montreal, en The Atlantic , e insiste en los beneficios de este para la economía del conocimiento, recordando la importancia del llamado periodo de incubación que a menudo precede a la iluminación, a una idea feliz, gracias al espacio libre que queda en el pensamiento cuando vaga. Porque la llamada cultura del esfuerzo, tan apegada a nuestra forma de pensar, nos boicotea y nos hace sentir miserables por no hacer absolutamente nada en nuestras legítimas horas muertas.

Aumentan los defensores de la jornada laboral de cuatro días –no tanto por compasión hacia el currante como porque resulta más productiva–, coincidiendo con que la pandemia ha demostrado que la mayoría de los teletrabajadores ha multiplicado su dedicación, convirtiendo el ­salón en oficina. Por otro lado, los planes de retrasar la edad de jubilación para nuestra generación paréntesis nos escamo­tean las llaves que nos harán sentir auténticos propietarios de nuestro tiempo. “¡Ah –clamarán algunos–, pero si el trabajo es mi hobby; el sentido de mi vida!”. Una semana en una tumbona, y se deprimen porque creen que lo bonito del tiempo libre es planearlo. Y vivir, ¿para cuándo?

Artículo publicado en La Vanguardia del 21 de junio de 2021.

Publicado en La Vanguardia

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