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La joven jauría

Amber Kipp (licencia Unsplash)

La violencia juvenil es la cuarta causa de muerte de jóvenes entre 10 y 29 años, según la OMS. Cada año se producen unos 200.000 homicidios cometidos por menores de 30, sí, la misma cifra de habitantes que tiene San Sebastián u Oporto. Víctimas y victimarios, agresivos contra pacíficos, pandillas que caen sobre el chico o la chica solitarios, componen una especie de danza salvaje que ritualiza la violencia, la misma que sustituye a la palabra.

A tenor de las polémicas suscitadas estos días por los terribles casos que coinciden en nuestro país, de nuevo flotamos en la superficie. ¿Es más grave que te linchen por ser homosexual que para robarte? ¿Y menos condenable?¿Cuánto importa el contexto? ¿Vale lo mismo para la psicología o la justicia que para la política o el periodismo?

Detrás de un joven odiador y violento hay una tropa de adultos ineficaces

El terrible caso de Samuel ha puesto todas las miradas en nuestros Z, zarandeados una vez más por la enésima crisis. Y en cambio, apenas nos responsabilizamos de aquello que los adultos proyectamos en ellos. ¿O es que alguien cree que los discursos del odio que aviva y naturaliza la ultraderecha son inocuos? También está la Audiencia Provincial de Madrid, perfumada con un exquisito pour homme , que trufa de politiqueo la sentencia sobre el cartel de Vox. ¡Cuánto se alejan de la ética del bien, que identifica la cooperación como el antídoto al discurso de la violencia!

Hablo con un prestigioso antropólogo social de la Pompeu Fabra, Carles Feixa, autor de Jóvenes sin tregua y El rey: diario de un Latin King , que estudia a los jóvenes desde los años ochenta, cuando, en Lleida, bailábamos las canciones de Primavera Negra y él nos entrevistaba de forma anónima para su tesis doctoral. Partimos de una premisa: “La violencia es una de las formas de comunicación más humanas porque es fruto del proceso de socialización. En la etapa juvenil se aprende o se desaprende. Definimos cuatro tipos de violencia: estructural, cotidiana, política y simbólica, la más importante entre la juventud. No siempre se traduce en agresiones físicas, sino que articula un discurso de odio hacia al otro: ya sea el extranjero, el homosexual o el pobre, que a menudo se proyecta hacia los jóvenes”. ¿Qué agita esta ira? Al populismo antirracional y la alterofobia se une la pornografía de la violencia, convertida en espectáculo en horario infantil. Ese gusto por ver golpear y vejar a todas horas. Videojuegos peligrosos que suman fuerza y adrenalina al concepto de diversión: terror 3.0, lúdico y virtual, aunque a veces atraviese la pantalla. Sin olvidar la peligrosa asunción por parte de muchos jóvenes desalentados por su no-futuro de que razón y democracia o igualdad y derechos son asuntos de blandos. Entronizan la violencia como otra forma de intercambio social, tan válida para ellos como el diálogo, pero menos buenista y fastidiosa.

“Los adultos insultan a los negros desde el balcón. Los jóvenes bajan a la calle. Son su brazo ejecutor. Les han trasladado sus miedos y sus esperanzas”, afirma Feixa. Porque el desorden juvenil tiene las anclas oxidadas: poca autoridad y límites, desempleo, precariedad, debilidad de los vínculos afectivos, aislamiento tras sus pantallas. “Es que no tengo conversación”, me ha dicho más de uno; “la tienes, pero en silencio”, le respondí. Porque, como dice Feixa, la juventud acepta más rápido los cambios en las percepciones, y lava prejuicios. De su profundo malestar deberíamos saber que detrás de un joven odiador y violento hay una tropa de adultos ineficaces, y un sistema minado de agujeros de mierda.

Artículo en La Vanguardia del 10 de julio de 2021.

Publicado en La Vanguardia

2 comentarios

  1. Martin Martin

    Gran artículo. Hay mucho que reparar en este sentido mucho trabajo. Y no hay que esperar a una convención de sociologos y antropólogos ni a nuevo ministerio, empieza hoy, en cada esquina, en cada acción, en cada vez que podemos corrregirnos primero y corregir al otro.

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