Recuerdo un breve relato de Marguerite Duras publicado enFrance-Observateur , Las flores del argelino . Describe un domingo soleado en una esquina de Saint-Germain-des-Prés donde se apostaba un chico que conducía un carro de flores. A los diez minutos, dos policías de paisano se le acercan y le piden el permiso para la venta ambulante. No lo tiene. De un puñetazo vuelcan toda su mercancía al suelo. De pronto, una mujer, “sin decir palabra, se inclina, recoge unas flores, se acerca al joven argelino, y le paga. Después de ella, llega otra mujer, recoge y paga. Después de esta, llegan otras cuatro mujeres, se inclinan, recogen y pagan. Quince mujeres. Siempre en silencio. Aquellos señores patalean. Pero, ¿qué hacer? Esas flores están en venta y no se puede impedir que se quiera comprarlas. Apenas han pasado diez minutos. No queda ni una sola flor por el suelo”.
Del mismo modo, el Ayuntamiento de Madrid no puede impedir que la bandera arcoíris ondee durante la semana del Orgullo LGTBI. Seguirá agitándose en los balcones, representando a todos aquellos que luchan por erradicar el dolor y la discriminación a causa de la condición sexual. Almeida, entre el cinismo y la cobardía, acepta la presión de una ultraderecha homófoba que complica lo fácil, lo que ya ha sido aceptado por una sociedad que seguirá comprando flores al argelino, aunque estén a punto de detenerlo. Es solo un trapo, sí, igual que las banderas rojigualdas que enorgullecen al patriota. Pero un trapo que costó enarbolar. Que se lo pregunten a aquellas parejas gais –de izquierdas o de derechas– que se casaron tras la pionera ley de Zapatero y pudieron normalizar sus vidas abandonando la clandestinidad en el espacio público y sin tener que aguantar la insidiosa mirada de quienes quieren ver perversión en el amor entre dos.
No pueden impedir que la bandera ondee en la semana del Orgullo LGTBI
Pienso en la humillación que deben de sentir estos días los LGTBI del Partido Popular; parece que en Vox –como en Irán o Mauritania– no existen. ¿Dónde queda ese vivir a la madrileña, ese venir a que te dejen en paz? ¿Y la libertad disfrutona y castiza que augura alegría y bonanza? O esa libertad no es más que el enésimo “nosotros y los otros”.
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