No pongas que somos pijos”, me pide un joven jinete cuando le pregunto por su amor a los caballos. Es un domingo nublado, y en el Real Club de Polo de Barcelona pasean parejas vestidas de época, ellos con chistera y finos bigotes, ellas tocadas con emplumados colibríes. El joven no quiere darme su nombre. Insiste en que los caballos no son sinónimo de riqueza, que “en Holanda mucha gente de clase media tiene uno”.
Una pamela gigantesca con ramas de arbusto que parecen reales me alerta: los sombreros pueden ser auténticas naturalezas muertas que se meten en el ojo. O paisajes que te coronan. Así lucen en la zona vip de Hats & Horses, la iniciativa liderada por la anglófila Ariadna Vilalta, que durante años ha marinado con éxito en el hipódromo de Menorca carreras de caballos vintage y la mejor sombrerería europea.
A veces pienso que, de haber nacido en París, sería Joana Sombrero – bonnet en francés–, y tanto es así que suelen doblar la ene de mi apellido en los hoteles galos. No me hubiera importado: mi abuelo tuvo siempre uno colgado en el perchero, y cuando se compraba un nuevo modelo, lo hacía admirando las costuras del reverso. Grandísimos diseñadores empezaron su carrera con ellos: Coco Chanel, Dior, Jeanne Lanvin o Halston, pero el accesorio entró en declive cuando John F. Kennedy asumió una presidencia en la que apenas lo utilizaría, demostrando la importancia de tener pelazo .
En el Mediterráneo, enseguida se cayeron del dress code y pasaron a ser atrezo de bodas y fiestas de copete. Ahora, si se busca un referente en el lucimiento contemporáneo decanotiers, clôches y pamelas, ese no es otro que Ascot, con su ritual excéntrico, ridículo y admirable a la vez. No, el Polo barcelonés no es Ascot, bien alejado de ese ligero andar con tacones de las inglesas sobre el césped. Una señora muestra sus juanetes, liberada de unos stilettos de Roger Vivier y queremos aplaudirla. Elena Esteban gana el concurso Hats & Horses con su sinfonía de colores tierra con pamela, mientras que la campeona del concurso de saltos es Virginia Graells, 50 kilos, junto a su caballo Quainton Calgary, de 500. “En la equitación siempre ha habido igualdad, hombres y mujeres compiten al mismo nivel. Solo importan el talento y el caballo”, me dice Emilio Zegrí. Estos días se difundirán los primeros datos del programa que impulsa, “Cabalga la vida”, hipoterapia para niños enfermos de cáncer del Sant Joan de Déu.
Fuimos a ver sombreros y al final salimos con caballos en la cabeza, los mismos que relinchan entre el glamur y el coraje.
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