Avanzamos en brazos de la mal llamada normalidad, como si saliéramos de una larga resaca. Las mascarillas levantarán su veda, al tiempo que se concederán los indultos a los presos catalanes, una coincidencia sinestésica si la libertad no tuviera tantos logos. El empresariado catalán ya los ha bendecido. Busca promover un nuevo contexto en el que ni la crisis política ni la sanitaria sigan aherrojando el dinero fresco y aplazando sueños, desesperado por ingresar en las salas de musculación del Dow Jones. Con su flema mediterránea, el siempre oportuno Javier Faus, presidente del Cercle d’Economia, juntó al Rey y Aragonès para demostrar que se puede volver a la vieja normalidad. Lástima que los cubrebocas no permitieran atisbar sus rictus; ¿hay amabilidad en el caos?
Derrotar al caos, eso es lo que pretendía Janet Malcolm, maestra de periodistas, que murió el pasado jueves. Escribía así: “Las casas ordenadas en las que vivimos la mayoría parecen mediocres y sin vida; igual, y en el mismo sentido, que las narraciones que se llaman biografías palidecen y se hunden ante la desordenada realidad que es una vida”. Ella nos enseñó a revolver entre el desorden. Disponía de una cuchillería bien templada, con la que realizó magistrales anatomías a la verdad. Y puso al periodista a correr junto al asesino, mostrando los intestinos sucios de ambos. Se enamoraba y a la vez se distanciaba de sus entrevistados, en una disposición salomónica que irritó a muchos de sus adversarios. Fría y cálida al tiempo, dijo de ella Zoë Heller; un temperamento que debería crear escuela.
La ideología del bienestar no tiene adversario; la del tiempo, tampoco
En la mayoría de las cafeterías, incluso en la de la estación de Santa Justa, en Sevilla, tienen leche sin lactosa. Es una de las herencias que nos deja el virus. La ideología del bienestar no tiene adversario. Tampoco la del tiempo. Las notas de voz de WhatsApp pueden escucharse a tal velocidad que parece que nuestros contactos se hayan tomado diez anfetaminas. Y en nuestras contradicciones, entre el indulto y el insulto, la normalidad y el caos, el síndrome de la cabaña y el del correcaminos, solo sabemos que pronto volveremos a besarnos.
Foto: Janine Robinson.
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