Cuando hablamos para otros y toda la atención está centrada en nuestras palabras, sentimos ligeros apagones. Basta con tropezar con una erre o una pe para que perdamos el compás, como si se nos olvidarán pasos de baile que conocemos de sobra. Para combatir el vacío, pronunciamos una muletilla salvadora, tanto es así que cuando escuchamos hablar a un político, periodista, actor o escritor, raro será que no diga “de alguna manera”. Pero ¿qué queremos expresar? En el registro oral funciona a modo de amortiguador de la mala conciencia, de la autoridad, o puede reflejar el síndrome del impostor que sienten quienes a veces son llamados a explicar el mundo. También es una forma de ir pensando mientras se buscan las palabras para decirlo.
Escucho a un presentador que habla de “intentar amortiguar, de alguna manera , el argumentario del indulto”. Si suprimimos el “de alguna manera”, la frase no pierde el sentido, sin embargo el periodista rueda más seguro por encima de ese comodín aparentemente elegante que suaviza su afirmación.
Los tertulianos se exaltan y ejercen de garantes de la ética, cuyo contenido va virando con el viento, ya que entre la ciudadanía los sentimientos morales se activan y desactivan a demanda. En su intento de enhebrar un discurso sólido, abusan de expresiones de estilo: “poner en valor”, “victimizar”, “cancelar” o “monetizar”. Creen que sintetizan el lenguaje y enmarcan su intención, pero a la vez se homologan, como si esas palabras les valieran un carnet de buen analista.
Hace unos días, mi viejo amigo y colega Marc Giró dijo en un plató de Telecinco que en Sálvame eran como monstruos de las galletas, deglutiendo información sin reflexión. El valiente de Giró podría señalar también todos los debates políticos en los que prevalecen las lenguas de madera que repiten ideas convertidas en mantra para unos y veneno para otros.
Leo a Bernardo Kastrup, ¿Por qué el materialismo es un embuste? (Atalanta), un libro en el que anima a superar los clichés y acabar con las interpretaciones disparatadas de la realidad que han oscurecido nuestra propia visión. Y elabora una formulación del idealismo más próxima, asegura, a la verdad que la insensatez del materialismo. “Es la autorreflexión la que nos da una oportunidad de interpretar la metáfora de la vida. Sin ella estaríamos inmersos en el despliegue de la experiencia, como animales instintivos. No tendríamos ninguna manera de dar sentido a lo que está ocurriendo”, escribe. De ahí que acaben siendo tan plácidos esos “de alguna manera” que caen entre galleta y galleta.
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