El amplificador de la ultraderecha se acopla y produce unos pitidos inaguantables que tan solo toleran quienes estaban hartos de gritar en silencio, para los de casa: “¡Viva Franco!” o “¡Arriba España!”. En Madrid, lo rancio se pone de moda. Y no solo en los cuarteles generales populistas o las organizaciones ultras, sino en la misma calle, más torera que nunca, aunque bien alejada de la valerosa determinación de artista de Belmonte. Hay que recordar aquella respuesta, cuando le preguntaron cómo un banderillero suyo había podido llegar a gobernador civil de Huelva. “¿Cómo va a ser? De… de…endegenerando”, respondió el maestro con su característico tartamudeo. Hoy, el vómito de algunos degenerados se convierte en noticia, como ha ocurrido con Luna, la voluntaria de Cruz Roja cuya imagen abrazando a un migrante en El Tarajal ha desatado una tormenta de odio.
Rancio se define como aquello “anticuado, propio de épocas pasadas”. Y trae aquel repelente olor de las bolitas de alcanfor en los cajones cerrados de nuestra juventud. En Vistalegre, el público alternaba la semana pasada agradecidos vítores a Ayuso con gritos de “Ceuta es España”. ¿Quién lo pone en duda? Parece que no estemos en el 2021, que nos hayamos desplazado un siglo atrás, en plena guerra del Rif, y la crisis diplomático-migratoria con Marruecos fuese a traer otro desastre de Annual. Eso deben de pensar los 300 ultras que se manifestaron la semana pasada frente a la embajada de Marruecos bajo el lema “¡Ni un paso atrás! Ni el Rey, ni el Gobierno, ni la UE frenarán al expansionismo marroquí”. Naftalina ideológica que sale a borbotones de armarios que creíamos clausurados en la transición. ¿Qué los ha abierto? De fondo, la profunda crisis de instituciones y autoridades tradicionales, que aflige a la política y al conocimiento, de la postergada ciencia a la ideologizada escuela. Y, en primer plano, la sentimentalización de una política que apela a emociones tan básicas –y retrógradas– como el odio al extranjero, la inferioridad de las mujeres o la aniquilación de quien no piensa igual que nosotros, tan cargada de razón como de bolitas Polil y Orion.
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