Lejos de la pretensión y la pose, nieta de reyes e hija de Kyril de Bulgaria y Rosario Nadal, conquista terreno en el mundo de la música con ‘Bailando sin sentido’, un EP interpretado con los cinco sentidos.

Nunca lleva tacones, dice que pierde el equilibrio. Y destila elegancia con la cara lavada. Lejos de la pretensión y la pose, Mafalda enamora con su pop intimista de Bailando sin sentido, un EP interpretado con los cinco sentidos. Nieta de reyes e hija de Kyril de Bulgaria y Rosario Nadal, detesta la falta de respeto y el apio.

Su cuerpo parece volar cada vez que posa frente a la cámara. Encima del escenario, cuando interpreta su música, crea sombras chinescas con las manos que acompañan a su pop en voz baja. Proyecta formas geométricas y gestualiza los sentimientos que canta, de la vulnerabilidad al tedio.

Nieta de reyes, su sangre mezcla el Danubio y el Mediterráneo. Sus padres fueron la pareja de moda en los 90: Rosario Nadal, especialista en arte, y Kiril de Bulgaria, broker –y el hombre del que han estado enamoradas al menos dos generaciones de mujeres, incluidas algunas de sus amigas–.

Pero Mafalda no quiere verse etiquetada por su linaje. Ni utilizar sus apellidos para promocionarse. Al contrario. Demasiadas veces ha leído ese titular facilón: “la princesa indie”. “Mafalda a secas, por favor”. No le gusta el apio, pero le encantan las chuches.

“Mis padres no son músicos, pero en casa siempre sonaba música. He ido a conciertos desde los ocho años; recuerdo por ejemplo uno de Cold Play. Y hemos visto muchos documentales sobre músicos… A mi madre le gustan Kings of Lion, Artic Monkeys, The Strokes…y a mi padre The Libertines y Moet. Del pop al rap. Esto causó un efecto en mí. En el colegio daba clases de canto, y a los 15 ya sabía que quería dedicarme a la música”, defiende.

Mafalda viajó hasta Boston para matricularse en el Berklee College of Music, y los tres años de estudios allí, asegura, le cambiaron la vida. “De mi padre –confiesa– he aprendido la disciplina, de mi madre la exigencia, el rigor, a trabajar duro. Ella es mi mejor crítica; me ha enseñado a empujar a seguir hacia delante”.

¿El título de su EP Bailando sin sentido es un guiño al non sense, al absurdo?

Para mí, cada disco refleja un trocito de mi vida… hay un sentido de la introspección que espero que exprese mi música. Hoy no soy la única que baila sin sentido, en estos momentos en los nos encontramos perdidos y, por dentro, queremos gritar. También pienso en la contradicción de bailar libremente, incluso cuando los pensamientos nos ahogan y queremos esconder nuestros problemas, enmascararlos.

¿Es la autenticidad su principal moneda de cambio?

Sí, la autenticidad –o la sinceridad– me define. Además de ser divertida, creativa, tímida de vez en cuando…

¿Se identifica con el término cantautora o lo siente caduco?

No lo veo antiguo… Sí, creo me representa. Compongo e interpret. Mi carrera musical empezó en Nueva York, con “Don´t Let Go”. Allí todo se mueve muy rápido: cada localito desprende mucha energía. Nueva York es una ciudad eléctrica. Y las jams del East Village o Brooklyn me ayudaron mucho a crecer como artista.

¿Qué relación mantiene con el éxito?

No me impresionan la fama ni el dinero Y deberíamos preguntarnos qué significa el éxito para cada uno. Para mí es cuando mi música toca a alguien, y también poder viajar por el mundo interpretándola. Hay un éxito que consiste en salir por televisión, vender millones de discos, que para mí no te da la felicidad. Yo soy ambiciosa con mi música.

¿Su familia entendió que quisiera ser artista?

Nunca me dijeron ‘no’, pero siempre insistían en que tenía que trabajar muy duro. Me siento afortunada por haber tenido su apoyo. Mis padres me transmiteron una ética del trabajo, que ellos llevan a la prática en sus proofesiones, uno en las finanzas, la otra en el arte. La gente que no me conoce puede tener prejuicios relacionados con mi familia, pero mi música habla por sí misma…

Le dedica una canción a la vulnerabilidad…

Sí. No la entiendo de manera dolorosa, sino que celebro la suerte de tener a alguien cerca que me apoya, me valora, me ayuda a crecer… Es una de las canciones más alegres del EP.

¿Cuáles son sus referentes musicales?

Me gustan mucho Lana del Rey, Florence and The Machine, Bebe… y, ahora, en España hay artistas que no paro de escuchar, como Rigorberta Bandini, Delaporte o Zahara. De las míticas: Etha James y Macy Gray, cuyo tema I Try fue una de las primeras guitarras que me cambió. También pienso en Nina Simone, en Billie Holliday… entonces nadie las entendía, pero con su gran poder abrieron un camino.

¿Cree que las mujeres disfrutan de igualdad en la música?

Aún queda mucho para llegar a la igualdad real, pero hay muchos cambios. Ahora, las mujeres estamos todavía infrarepresentadas en la industria: constituimos el 22% de los artistas, el 12% de los compositores, el 2% de los productores… Tenemos que apoyarnos y continuar peleando.

¿Cómo entiende la moda? Usted ha conocido bien a Valentino desde niña…

Como otra manera de expresarme. Siempre he pensado que la música y la moda son un todo: hay un vínculo entre ellas, y entran y salen de mi vida… Valentino es uno de los grandes: un gran señor, y una inspiración continua. Pero también hay creadores jóvenes –como Onrush o Alejandre– que me encantan por su sobriedad, y por la vuelta a los orígenes, a lo hecho a mano, que proponen.

Usted pertenece a la generación millennial. ¿Cuáles de sus valores ha interiorizado más?

Para mi todos son muy importantes, aunque hago una gran defensa de la comunidad LGTBI –y de la Ley trans–. El hecho de pensar que alguien no puede decidir lo que quiere de sí mismo es terrible. No deberíamos etiquetar por sexos.

Y, ¿qué ha aprendido de su abuelo, Simeón de Bulgaria?

Es una persona a la que admiro mucho: tras el exilio, volvió a su país y lo eligieron primer ministro democráticamente. Él y mi abuela son personas muy especiales: transmiten sensibilidad, tienen como un radar para detectar matices y sentimientos. Y me siento muy agradecida del apoyo que me dan.