“¿Qué te gusta más de Madrid?”, me preguntaron nada más llegar; el sabor del agua, respondí. Tan solo le falta una botella de diseño nórdico y una etiqueta al estilo de las de Fiji para mandarla de regalo de Navidad al resto de las autonomías. Déjate de cañas en terrazas rodeadas por un scalextric, de atascos en José Abascal (que tantos ansiolíticos han procurado) y de ex que nunca te vuelves a cruzar porque dentro de Madrid hay muchos madriles, tantos como vidas. Su agua es la mejor publicidad que puede hacérsele, la que baja de la sierra granítica y discurre por los canales de la reina. Un agua deliciosa y democrática que mantiene hidratada la garganta. Pero el agua aquí no vende, sino el yacer de Tierno Galván, el fumar liberal de Aguirre o las cervezas de Díaz Ayuso.
El repunte del nacionalismo castizo es tan vistoso como la lengua de Fabio McNamara. Ayuso lo sabe y pretende reeditar la movida de los ochenta, en clave neoliberal y costumbrista, con Nacho Cano oficiando de Umbral y Bea Fanjul de Alaska. Pero, ¡ay la tentación de cronificar el Madrid chulesco, el que ahora anda por la calle sin mascarilla con la excusa del teléfono! Siguen saliendo polillas de los armarios que antes guardaban los Loden y ahora fachalecos verde militar, y muchas bocas rebosan prosa de navaja. Ayer paseaba con una menor por el parque Rodríguez de la Fuente, y nos cruzamos un par de veces con un tipo sin mascarilla. Le advertimos que debía llevarla puesta, y, en lugar de colocársela, amasó sus testículos soltándonos improperios. La menor hizo tan solo un comentario: “¿Te imaginas que sea un padre?”.
Llego al colegio Santa María de Siena al mismo tiempo que una ambulancia del Samur. En el patio yace un hombre en el suelo, inmóvil. Se ha desvanecido después de votar. Es una escena metafóricamente democrática. En 15 minutos cuento quince andadores a mi alrededor. Veo también señoras que fuman, con laca y bolso de Bimba y Lola, y la papeleta del PP; a Tadzios de pelo rizado e impecables polos blancos con la insignia de Vox. Y a Eduardo Noriega o Ana Belén, tan reconocibles a pesar de la mascarilla. La primavera contagia la sensación de un estar a gusto en la vida, ya decía Borges que la lluvia es esa cosa que siempre sucede en pasado.
Por muy decisivas que parezcan estas elecciones, con toda la épica de la España dentro de España, el fascismo cada vez más blanqueado, a punto de ser tendencia –y una coalición de izquierda que quiere convertir la sosería en sex-appeal– , sabemos que la salud democrática de Madrid solo se puede medir invocando a Freud en el diván.
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