Los colores no tienen propietarios, a pesar de las ansias corporativas por identificarse con ellos. Desde la antigüedad se ha asociado el rojo –color de reyes y papas– con la prosperidad y el poder. Asimismo representa a la rosa socialista y acoge a la hoz y el martillo. La gran caldera política que arde en la Comunidad de Madrid comparte ese fuego estrellado de blanco. Bien se demostró en el único –por el momento– debate electoral televisivo con los candidatos a presidirla, en el que Mónica García le disputó el traje institucional de gran jefa a Ayuso. Resultó chocante ver a dos personajes tan opuestos unidos por su look.
García quiso enfatizar con su plano medio rojiblanco que no solo la derecha interioriza los colores oficiales. Pero el efecto producía una homologación impostada para rubricar la madrileñidad, un concepto que hasta ahora se definía precisamente por su identidad a retazos. Hubo más saltos de guion estético: Monasterio se enfundó en purple rain , morado feminista para quien niega la violencia de género y utiliza el masculino, “ enfermeros”, al referirse a una profesión mayoritariamente femenina. ¿Por qué el lila no puede ser mío, aunque lo desvista de significado?, vino a decir.
Más allá de la psicología del color, destaca la tendencia a disfrazarse de azafata de muchas políticas, a uniformarse igual que ellas vistiendo los tonos corporativos de sus siglas. Se enfundan una americana –también lo hacen Merkel u Ocasio-Cortez– en forma de mono de trabajo. Cuánta nostalgia de aquel vestir sin miedo de Carmen Alborch, que sentía la moda como un festín estético que glorifica el cuerpo. O del esmoquin de Chacón en la Pascua Militar, reescribiendo exquisita y valientemente el protocolo.
Es todo un clásico el discreto perfil estético de las representantes públicas, tanto para subrayar la importancia de lo que dicen (y no lo que visten) como para evitar ser diana de críticas y burlas. Sin embargo, resulta paradójico que ahora que el feminismo ha alcanzado el centro del debate social, crezca el pudor de quienes no osan vestirse con libertad y estilo. Eso sí, ellos siguen fundidos en azul paisaje.
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