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Una conspiración literaria

Escritores y lectores conver­sando sin un fin concreto, ajenos a los caprichos del mercado, construyendo un relato que entra y sale de los libros entre el mundo de ayer y el de hoy. Esta es la imagen con la que identifico el premio Formentor, una especie de sociedad literaria creada en unos tiempos en que intelec­tuales y editores eran todavía escuchados. Carlos Barral, Claude Gallimard y Giulio Einaudi decidieron convocar la primera edición del premio, en 1960, para encontrar al más necesario de los escritores célebres. Deliberaron, y concedieron un ex ­aequo a Borges y Beckett, entregado el año siguiente en aquel paraje semisalvaje, el oasis mediterráneo del hotel Formentor. Se trata del galardón literario más interna­cional que se concede en España, y surge de la iniciativa privada. De la pasión de unos dis­tinguidos bohemios que leían a Rilke en la playa mallorquina, mistificada por sus rocas telúricas y su pino poético, símbolo de fortaleza.

El pasado lunes Formentor se trasladó a Sevilla, y navegó hasta la Cartuja, una isla fluvial situada entre dos brazos del Guadalquivir. Las nubes bajas traían una promesa de neblina que dudaba en esparcirse entre las ráfagas de jazmín y azahar. Ferrer Lerín, miembro del jurado, apreció un cernícalo primilla –al distinguir su cola gris azulada– sobrevolando el hotel Barceló Renacimiento cual guardián de las letras.

La ciudad estaba a punto de aflamencarse para vivir una feria en balcones y aceras, al tiempo que un jurado, ajeno al frufrú de los volantes, deliberaba el ganador de una edición que recupera la itinerancia, y que, con la pandemia, extiende su sentido de conspiración cultural. El argentino César Aria recibirá el galardón en Túnez. Basilio Baltasar, artífice del premio –que cuenta con el mecenazgo de la familia Barceló y Buades–, lo conecta con “cierto espíritu nómada, cuyo origen se remonta a las disputas filosóficas de la Magna Grecia, protegido por ese clima de libertad, agudeza, curiosidad y ecuanimidad que raras veces encontramos en otros lugares”.

Formentor es una anomalía. Exalta la imaginación, la calidad, la crítica y la meditación cultural, en las antípodas de los predicadores que extienden sus alas desde los realities show o los escupideros de las redes. Los intelectuales pintan hoy poco; el poder de influencia corresponde a los medios. Y deberíamos cuestionarnos por qué los pensadores y escritores ocupan un espacio tan marginal en una sociedad que apenas se hace preguntas, envilecida por el ruido de tripas de un pensamiento anoréxico.

La Vanguardia, 14 Abril 2021

Publicado en Artículos La Vanguardia

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