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Arte-Facto

Un museo de arte contemporáneo no debe ser un contenedor de objetos preciosos, sino un espacio que mueva las ideas y cree un debate entre el conocimiento y la opinión, la mirada y la imaginación. También entre la realidad y el absurdo. Ahí están los ensayos plásticos, las expresiones de pensamiento sobre asuntos universales o cotidianos, esos artefactos agitadores que preguntan, conmueven o se rebelan. Pocas veces el diálogo con el espectador se limita a lo contemplativo. Lo no explícito emerge en forma de interrogante para quien se sitúa frente a la obra conceptual. De la misma manera que la literatura trata asuntos raramente abordados por la filosofía, intentando descubrir nuevos pliegues del sentido de las cosas, el lenguaje del arte contemporáneo transforma imágenes en valores y actuaciones, favoreciendo un diálogo con el mundo. Pero a veces, ese diálogo se establece tan sólo con uno mismo. Puede que en ocasiones haya nobleza en el afán de irritar. No siempre. Desde el dadaísmo y el surrealismo, los actos de los artistas devinieron extensiones de su obra, a veces ingeniosas, otras puras boutades no exentas de publicidad y exhibicionismo.

Estos días, en las páginas de cultura de los periódicos destacaba un titular escandalosamente sonoro. Merefiero al rechazo de Santiago Sierra al premio Nacional de Artes Plásticas. No hubo carta oficial, sino un post: «El Estado son ustedes y sus amigos; no me cuenten entre ellos. Yo soy un artista serio». En su renuncia, Sierra arremetía contra un Estado que participa en guerras, empeñado en el desmontaje del Estado de bienestar y que se entrega a la banca. Los premios son para el empleado del mes, dijo. Dura bofetada a una larga tradición entre el mérito y la recompensa, o más bellamente, el reconocimiento. A Sierra le quisieron recompensar y reconocer. Algunos de sus méritos: querer llenar con monóxido de carbono una sinagoga en Alemania o invitar a un grupo de hombres y mujeres de raza blanca y negra a mostrar todas las formas posibles de penetración anal frente a una cámara. El jurado ministerial realizó un gesto propio de la hipermodernidad, estimado Enric Juliana, esa que, a pesar de su defunción anunciada por el posmodernismo, nunca llegó a morir y en su lugar exageró sus códigos. Se premiaba a un autor que, según el fallo, «intenta evidenciar lo absurdo de las relaciones de poder establecidas y destaca los problemas que acarrea para la población la economía capitalista». Parecía coherente, pues, el acto de Sierra, autor de obras reivindicativas, turbador y perturbador, renunciando a los honores oficiales y a los 30.000 euros.

Pero el relato de los hechos no lo era tanto: la ministra González-Sinde le había comunicado la noticia al artista, por teléfono, y este se mostró «contento y agradecido». Entonces hicieron público el veredicto. Tal vez porque se filtró que no había habido unanimidad entre el jurado. O porque se lo pensó mejor. O por esa perversa relación entre política, arte y marketing. El caso es que el rechazo vino a posteriori. Hace unos días conversaba con Bartomeu Marí, director del Macba, sobre ese sentimiento que proporciona el arte al hacerte sentir mejor persona. Y ahora me intrigaba conocer su opinión acerca del plantón de Sierra. «Me parece un gesto propagandístico, gratuito e hipócrita. ¿No representó Santiago Sierra a España en la Bienal de Venecia del 2003? ¿No utiliza Sierra los mismos abusos del poder que critica en su obra?», me respondió. En Venecia, Sierra exigía a todo visitante que mostrara un DNI español. Ahora varios museos exhiben una escultura gigante suya con la palabra no. Y algunos, que convivimos diariamente con la etapa del no de los niños de dos años, sonreímos pensando aquello de que es mejor ser bueno que original. Y que ojalá el arte, incluso el impertinente y contestatario, estuviera libre de politiqueos.

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2 comentarios

  1. MARTIN GUEVARA MARTIN GUEVARA

    Ke lindo esto Joana, y vaya carácter!

  2. MARTIN GUEVARA MARTIN GUEVARA

    En muchas ocasiones he tenido unas riñas internas, que van de lo fuerte a lo cruento a raíz de situaciones similares a estas. La última vez que me sentí arder y perder la mayor arte de mis entrañas a causa de ese fuego interior, fue a causa de una discusión entre unos amigos, a propósito de una polémica generada por eduardo arroyo, no ya en sus años más contestatarios y provocadores, no de cuando exponía con naturalidad y frescura en conjunto ni admiraba a miró, sino cuando era un icono en el pompidou. Hace no mucho. Venía a decir lo que muchos norteamericanos se atrevieron a decir en el cine desde los años treinta, en estas u otras palabras, que la obra de arte debía encontrar por pie propio el sustento y la plusvalía necesaria, como sustento para su creador, entraba en la yaga abierta, en las carnes de todos los puros, desde werner nekes o fassbinder, los taviani o visconti, beckett y borges, causadas por los sintetizadores del metal no tan vil, y la obra. Los maestros de la adaptación. el mundo del artista juglar quedaba atrás desde el camp, desde el kitsch, pero el pop lo dejó definitivamente atrás, al johnson enterró al último gran bufón, con marcel marceau de fue el último juglar de raza. tarkovsky, serrat, berlanga, rauschenberg y else lasker, cromatizan sus entornos con los tonos de sus sabias.
    Mis amigos defendían unos que el arte no debe en ningún caso depender del mercado, en ningun caso debe sentirse presionado por la inmediatez de éxito mediático actual, otros que allí donde se logre el estruendo, el aplauso unánime, la aprobación en masa, se habrá logrado contar bien la época , el humor de la e´poca y el fin de la época, yo en cambio, que soy un humilde servidor de los creadores en tanto que consumo con delecte sus trabajos, pienso que una obra puede estar total,mente descolgada de su tiempo y no servir a ninguna causa específica y sin embargo a muchas a la vez, y ser excelente, como puede ser un éxito total en las reuniones de los agentes y los publishers y ser aún más extensa en profundidad que en e alcance de su brillo. pero en mi corazoncito , por dentro me quedo con los miguel hernandez, los james joyce y las alejandra pizarnik.
    Un poeta belga, del que no puedo recordar el nombre, escribío los únicos versos de la dicha que me han conmovido, y no puedo recordar el nombre…

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