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Esperando el swing

Al cerrar el año 20 en una atmósfera bien modesta –excepto Leticia Sabater y los de la rave de Llinars – celebrando ese prodigio del subtítulo creativo que es Cachitos, nos dimos cuenta de que hace mucho tiempo que no bailamos. Aquella forma de levantar los brazos y agitarlos en círculo, gritando el estribillo, desgañitados: “You make me feel…”. O de reírse contemplando las evoluciones rítmicas de los pintamonas de al lado; de jugar, que es en verdad lo que hacemos, al compás de una música que nos pide que le entreguemos el cuerpo como quien rinde las armas.

“¿Qué vendrá ahora?”, nos preguntamos justo cuando Europa afronta la tercera ola, aunque la vacuna nos escriba en la frente una vieja palabra: esperanza . Pero ¿cómo descomprimiremos este aire que se ha ido encapsulando y nos ha vuelto más sombríos, antisociales y también más asexuados? Los jóvenes han aplazado el deseo tinderiano conscientes de que es mala época para mezclar babas, mientras que los adultos han renunciado a todo lo que se les ha pedido, aunque sin medidas de prevención para su salud mental. Hacer ejercicio físico durante el confinamiento fue un desafío; y la gente aprendió a correr sobre la alfombra. Pero, como suele ser habitual, se ha ignorado el gimnasio mental y ahora empiezan a glosarse las averías que ha originado la peste. Esa idea clave de que nunca volveremos a ser los mismos, y deberemos aprender a gestionar la angustia y el deseo acumulados.

Leo en el Financial Times su simpático augurio para unos nuevos y auténticos años 20, que el siglo pasado eclosionaron entre burbujas de champán y sautiers de perlas tras la gripe española de 1918, que sumó al menos 50 millones de víctimas oficiales. Tal era la necesidad de goce vital y de exhibición del yo, que los ciudadanos se vestían bien hasta para ir a correos: los hombres acicalaban su bigote y las mujeres se pintaban los labios en forma de corazón. El mandato de un renovado carpe diem degeneró en desbocada atracción hacia el derroche, pero la evocación de los clubs de jazz y el ritmo del charlestón en plena era reguetonera es un ejercicio de nostalgia feliz.

Porque hoy se baila en solitario, y en ­TikTok. Con movimientos de manos y dedos sincopados; ese ensimismado danzar con uno mismo en lugar de juntar manos y cintura con el otro. Pero las crisis suelen acabar con un descorche tácitamente aceptado. Y despreocupado. Nuestros antepa­sados se cortaron el pelo, se quitaron las medias y se pusieron a bailar con desenfreno. A nosotros nos corresponderá reactualizar la tradición.

La Vanguardia, 6 de Enero 2021

Imagen por Greyson Joralemon en Unsplash

Publicado en Artículos La Vanguardia

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