Las extravagantes y coloristas piezas diseñadas por Lucia Silvestri se inspiran en motivos arquitectónicos, en la naturaleza y en la Roma inmortal
El artista Ignasi Monreal ha sido el autor del ‘artwork’ de Barocko, la nueva colección de la joyería centenaria
La firma Bvlgari celebra el barroco y le dedica su última colección de alta joyería en un año donde el esplendor de la ciudad eterna ha permanecido oculto y silencioso. Así lo inmortaliza un poema de Manuel Vilas contenido en el poemario Roma, recién editado por Visor:
“Paseo por Campo di Fiore,
por Piazza Quercia, por Via dei Pettinari,
y no hay hombres ni mujeres ni gatos,
todos se han marchado.
Te estoy viendo como te vieron los antiguos.
Como fuiste en el mil trescientos,
como si regresara a la Edad Media.
Como te vio Sthendal,
como te vieron los viajeros del siglo diecinueve.
Ahora estás tan sola como yo.
Qué más quisieras tú, Roma”
La firma joyera creada en 1884 por Sotirio Bulgari, capaz de reinventar las reglas del diseño de joyas, ha sacado pecho y ahora ha querido aportar un mensaje exuberante con su colección Barocko. Color y extravagancia. Innovación, más allá de las tallas facetadas. Cabujones suaves y pulidos como el mármol de las esculturas romanas, gemas simétricas con volúmenes sorprendentes y una meticulosa inspiración en la arquitectura capitalina definen el sello de la firma.
Detrás de cada pieza hay un estudio combinado de motivos arquitectónicos barrocos: líneas curvas de los adornos del siglo XVI e incluso las variaciones sobre motivos naturales se funden con elementos más minimalistas. La búsqueda del equilibro entre lo grandioso y lo esencial resume el espíritu de las piezas diseñadas por Lucia Silvestri, directora creativa de joyería de Bvlgari, quien se ha sumergido en dicho periodo para entablar un feliz diálogo entre las piedras preciosas y los edificios más emblemáticos de la Roma barroca –como la fuente de los Cuatro Ríos, la iglesia de Santa Inés en Agonía o la estatua de bronce del arcángel San Miguel ubicada en lo alto del Castillo de Sant’Angelo, la fortaleza papal–. Y ha conseguido dotar a las piezas de movimiento, aproximando dos polos aparentemente contrarios: exquisitez y sencillez.
El artista Ignasi Monreal –afincado en Roma– ha sido el autor del artwork de la colección; sus imágenes han contextualizado los diseños de Lucia Silvestri. “Roma es un capítulo importante de mi vida, la ciudad donde he alcanzado cierta madurez artística y he consolidado la confianza en mi trabajo. He tenido más de un sthendalazo, por supuesto, y también escenas dignas de una película de Fellini”, cuenta a Magazine Lifestyle. Y admite que esta colaboración ha sido fruto de la cuarentena: “Estuvimos trabajando durante tres meses para crear este universo que diera un hábitat a la alta joyería de Bvlgari. Tuve libertad creativa, dentro de unos parámetros: el contexto eran los pilares de la colección: Naturalia, Mirablia & Artificialia”.
En sus afiches diseñados para las citadas joyas interviene arquitectura, fotografía y plástica, siempre en un proceso digital. “El imaginario de Bvlgari me ha llevado a reinterpretar el mito de la caverna de Platón a través del barroco más camp”, afirma el artista. Se trata, en definitiva, de celebrar la voluptuosidad y el esplendor, además de aportar un toque de extravagancia, otra constante de la firma romana por excelencia, que mantiene sus técnicas artesanales gracias a un savoir faire con 135 años de historia.
Ignasi Monreal explica que comparte varios códigos con el barroco: “lo que me intriga de él es la idea de deformar los códigos áureos del Renacimiento con teatralidad y con drama. El nombre viene de las perlas: las perlas barrocas tienen aberraciones con forma irregular, mientras que las perlas perfectamente esféricas, en contraste, serían una analogía del Renacimiento”.
Es curioso recordar que antaño, el adjetivo barroco se utilizaba para denominar aquellos productos artísticos irregulares o incorrectos. A pesar de esa primera acepción vinculada con la decadencia, se reformuló el concepto de belleza a través de una inclinación más refinada, con formas dinámicas y efectistas, un predominio de la representación realista y un gusto por el ilusionismo óptico y los fuertes contrastes entre luces y sombras.
Para Monreal, Caravaggio, maestro del claroscuro, es uno de los artistas más influyentes del barroco, y admira su maestría. “El contenido de sus cuadros habría puesto en apuros a otros artistas, pero, al ser tan buenos, lograron que su trabajo trascendiera. Un buen ejemplo de ello es el díptico de Caravaggio en la iglesia Santa María del Popolo, donde los grandes protagonistas son dos culos enormes: el del caballo y el del portador”.
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