Por fin hombres que escriben sobre hombres. Etnólogos de su propia masculinidad, analizan los cambios producidos en los últimos veinte años y buscan un sentimiento de pertenencia más allá de los cuatro tópicos de Marte. Algunos quieren desvestir el patriarcado, esa amoral dominación que todavía resulta lo normal para tantos. “Atropello el orden de los saberes como impugno el orden de género. Entonces, si bien soy hombre en mi cuerpo, heterosexual en mis elecciones, universitario de profesión, me siento incómodo dentro de lo masculino. No tengo ganas de transformarme en una mujer, pero de buen grado cambio de género”, escribe Ivan Jablonka, profesor de Historia en la Universidad París XIII, autor de Hombres justos (Anagrama).
“Incomodidad”. Es relevante tanto la palabra como el sentimiento. Ese desasosiego parecido al de muchos hombres al oír la noticia de un nuevo caso de violencia machista. Jablonska sabe de lo que habla. En el 2016, un año antes del #MeToo, publicó Laëtitia o el fin de los hombres , la reconstrucción del macabro asesinato de Laëtitia Perrais, de 18 años –con el que Sarkozy jugó al populismo–. El autor hizo la autopsia a un pasado pleno de abusos y violaciones perpetradas en el entorno familiar y sentimental. Lleno de malos hombres.
El pasado viernes, la hija de Ana Orantes le escribía una carta abierta a su madre al cumplirse 23 años de su crimen. Murió quemada, trece días después de confesar en Canal Sur toda una vida de abusos y palizas, de sentirse un bulto: analfabeta, sin un lugar adonde ir y once criaturas. La hija le dice: “Esto no ha cambiado, madre”. Tantas alharacas, tanta igualdad verbal, y, en lo que va de año, 41 mujeres han sido acuchilladas o asfixiadas en el pasillo de sus casas.
Tanto Jabloska como Antonio J. Rodríguez, autor de La nueva masculinidad de siempre (Anagrama), analizan las falofobias –de hombres contra hombres– y reclaman libertad para salir del estereotipo. Porque la máscara de la masculinidad hegemónica tiene púas. Es sorprendente hasta qué extremo el persistente modelo de hombría sigue clasificando a los varones en abstinentes, impotentes o depredadores. Así lo resume Antonio J. Rodríguez : “Solo el propio falo es confiable y el resto es percibido como una amenaza a nuestro territorio y nuestra integridad”.
Al otro lado, está el retrato del pobre hombre, del pelele o del mindundi. Otra clase de incomodidad procedente del reduccionismo. Son los que atacan la ideología de género porque la consideran pura doctrina. Un espanto. Aseguran que todo iba bien, que se ganaban libertades y se lavaban prejuicios, hasta que llegó el tsunami feminazi. Y el varón se convirtió en una criatura extraviada obligada a andar con pies de plomo. Algunos fueron censurados públicamente por sus comportamientos de antaño, que entonces se daban por buenos. “Cosas que hasta el día anterior no habían sido apenas motivo de disputa se convirtieron en motivo para destrozarle la vida a alguien. Múltiples carreras fueron hechas pedazos bajo las ruedas del convoy”, critica Douglas Murray, autor de La masa enfurecida. Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura (Destino) .
Murray refleja a los hombres enfadados, asediados por la “política identitaria”, y nos recuerda que en 1995 una joven Drew Barrymore se levantaba la camiseta y enseñaba sus pechos en directo a un perplejo David Letterman. Y a Jane Fonda –en el 2007 y ¡con 69 años!– sentada en las rodillas del cómico Stephen Colbert, el cual reconocería más tarde su incomodidad (de nuevo esa palabra). ¿Y eso no era sexismo? De modo que el controvertido autor se pone irónico para dar un consejo a sus congéneres: imitar a la sepia gigante australiana. Para lograr copular con las hembras que la rechazan, estas adoptan su mismo color y forma.
No hace falta ser feminista para identificar la llamada “masculinidad tóxica”, la que avala la desigualdad y pretende mantener vivos unos estereotipos tan abyectos como obsoletos. Comportamientos que implican un gran déficit de confianza en uno mismo y un alto grado de represión emocional. El caso de Gabriel Matzneff, que por fin se ha abierto a la opinión pública global gracias al éxito del best seller de Vanessa Springora El consentimiento (Lumen), es un perfecto ejemplo. Un libro escrito con deslumbrante asepsia que ilustra cómo aquellos grandes hombres, libertinos adorados y célebres, no solo paseaban su pedofilia sin culpa ni complejos, sino que eran aplaudidos por la intelligentsia . Matzneff llevaba décadas dando cuenta con salacidad de su predilección por menores: jeunes filles francesas y adolescentes asiáticos de incipiente bigote. En 1990 le confesó a Bernard Pivot –en el programa de culto Apostrophes – que “solo tenía éxito con chicos y chicas muy menores de edad”. Y se rieron.
Treinta años después, la buena noticia es que los hombres justos, aquellos a los que les incomoda el viejo traje de la masculinidad y tratan de resignificarla, sienten tanto asco por los Matzneff del mundo como sus propias víctimas. Y los combaten.
La Vanguardia, 7 de Diciembre 2020
Imagen por Samantha Sophia en Unsplash
Este ano se han publicado un monton de memorias de escritoras. Deborah Levy, Claire Legendre, Joana Bonet, Laura Freixas, Aixa de la Cruz, Mary Karr, y todas las que me olvido. Me gusto mucho