El Sena, Chanel y una danza de la multipremiada actriz en la Luna. No podía ser más francés, ni más París. El anuncio navideño del Nº 5 se ha convertido en un acontecimiento en la imaginería del lujo
Nº 5 fue el primer perfume de moda creado por Ernest Beaux, en 1931. Un perfume de mujer con olor a mujer, afirmaba Coco, que añadía que una mujer que dice “nunca uso perfume” y cuyo abrigo huele a guardarropa se expone a la vida sin oportunidad alguna. La fragancia fue inmortalizada por Marilyn Monroe y ha tenido embajadoras como Susi Parker, Ali MacGraw, Catherine Deneuve, Carole Bouquet o Nicole Kidman.
Marion Cotillard (París, 45 años) es su actual ambassadrice. “El N°5 contiene la idea de una esencia femenina asociada a un gran desafío –reflexiona–, el de complacerse a sí mismo por encima de todo. ¡Pero también podría usarlo un hombre! Cuando pienso en el N°5, visualizo a un ser que busca ser libre”.
Y sin duda esa ha sido su divisa como actriz: forjar un estilo libre, desafiando todo canon y bebiendo tanto de Stanislavski como de la Comédie-Française. Hay una Cotillard intensa, con expresividad desbordante, y una côte clown. En el filme para Chanel, firmado por el cineasta Johan Renck –director de The walking dead, Breaking bad y Chernobyl–, la danza es una de las protagonistas. Cotillard y el bailarín Ryan Heffington prepararon una coreografía “como ninguna otra”, dice Cotillard con mirada brillante.
“Mi compañero es Jérémie Bélingard, gran bailarín del Étoile. Me impresionó; tiene una carrera magistral. Era tranquilizador tener a alguien con tal experiencia y generosidad. La danza es parte importante de la vida diaria de una actriz…”. Y la actriz parisina criada en Órleans, hija de padres cómicos, cuya encarnación de Edith Piaf le valió un Oscar, un Globo de Oro, un César y un Bafta, entre otros premios, se revuelve para Chanel en una danza moderna y jocosa, desbordando complicidad con su partner.
Pendiente de estrenar Anette, la última cinta del director de culto Leo Carax, como embajadora del Nº 5 de Chanel reconoce estar prendada por la dificultad de definir el perfume y a su creadora, pero tiene clarísimo el relato del nuevo anuncio de la marca: “Interpreto a una mujer que expresa con libertad sus sentimientos, en una historia de amor bastante alegre. Estamos en París, la nuit, cerca del Sena; visto una capa negra y blanca, colores del código Chanel. Nos sumergimos en el misterio, despegamos y esperamos llegar a la luna. Estamos en el paroxismo del sentimiento amoroso. Hay algo aéreo y algo terrenal, probablemente lo que se siente cuando se está enamorada”.
Dice sentirse identificada con Mademoiselle: “Ella inventó un perfume que correspondía a su personalidad de mujer moderna. Como una construcción de ella misma. Creó un doble olfativo, porque ningún perfumista le proponía lo que ella ansiaba, y se decidió a inventarlo”. Pese a sus actualizaciones, mantiene la base de jazmín de Grasse, de aroma afrutado, las rosas de mayo, el nerolí, la vanilla y el vetiver de bourbon y el sándalo.
El perfumista de Chanel, Olivier Polge, lo considera “sobre todo un estado de ánimo… un estado mental. Una idea de la realización de la mujer, de la creencia en su destino”, y está convencido de que Gabrielle Chanel estaría orgullosa de él. La nueva musa de la fragancia insiste en su admiración por las mujeres que se levantaron contra convenciones y poderes establecidos. Y las que lo siguen haciendo. “Muchas mujeres han inspirado a no rendirse nunca”, afirma.
A la actriz siempre le ha interesado rastrear terrenos desconocidos; personajes con sentimientos a los que no hubiera podido acceder de otra manera. Atravesando las oscuridades y las luces del alma humana. “Todo el mundo tiene sus demonios. Yo tengo miedo de muchas cosas; algún día sabré cuáles son”. Concienciada y poco amante de las fruslerías, no ve la televisión y es ecologista convencida. Su feminismo es claro: celebra las diferencias, pero afirma que nunca se hablará suficiente de desigualdad hasta que haya los mismos derechos y oportunidades. Anima al comercio de proximidad, suscribe campañas y participa combativa en manifestaciones. Y acaba de producir el documental Bigger than us, de Flore Vasseur, sobre jóvenes activistas en todo el mundo.
Cuando, en el 2016, le atribuyeron un romance con Brad Pitt (e incluso ser la causa de la ruptura del matrimonio Pitt-Jolie), ella sacó pecho en las redes sociales: “Me presentaron como rompehogares, pero no tuve nada que ver. Reaccioné porque aquello hería a los que me rodeaban… Pero también me hizo reír; es la única vez que he leído los comentarios de los haters. Cuanto más horrible era lo que decían, más me reía. Sentí algo de lástima por ellos, aunque hablar tan mezquinamente de algo sin fundamento es perverso”. Curiosamente, Pitt fue también embajador del Nº 5 (el único hombre).
Al año siguiente, nacía la segunda hija de la actriz, Louise –tras Marcel–, fruto de su relación con el actor y director Guillaume Canet. “Tengo una regla vital –confiesa–: cantar, bailar y reír al menos una vez al día”. Y concluye: “Y yo bailo mucho con mis hijos”. Cuando coincidí con ella en el restaurante del Hôtel Costes, antes del confinamiento, aprecié en su mirada la suma de varios mitos franceses: de Piaff a Gréco, Françoise Sagan o Simone Signoret, a las que Cotillard ha sucedido con un carisma hipnótico.
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