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El culto de lo despiadado

Con el palo de golf y la mirada posada en la nada, ocioso en apariencia a pesar de las noticias calientes acerca del nuevo rumbo demócrata que comandará EE.UU., así hemos visto a Donald Trump trajinar con su derrota, la que aún no ha reconocido, la que no quiere encajar demostrando una vez más que ha sido un antiespejo para el mundo. Un ser al que apenas podemos mirar porque no nos devuelve ni una sombra de humanidad. Porque Donald Trump es uno de los mayores adoradores del culto de lo despiadado, esa religión que a primeros de los años ochenta profesaban los inversores inventados a sí mismos, hombres ubicuos para quienes la crueldad, el desprecio, la egolatría y la ignorancia eran celebrados. El escritor John Taylor recordaba que uno de los cojines de Malcolm Forbes llevaba la siguiente inscripción: “Ser rico sale muy caro”, mientras que para la quintaesencia del trader , John Gutfreund, que dirigía Salomon Brothers, la vida era una continua tasación mercantil. A sus empleados, cuenta Taylor, les explicaba así la cultura de empresa: “Tenéis que estar en forma. Y no me refiero a hacer jogging ni bobadas por el estilo. Debéis estar preparados para arrancarle el culo a un oso con los dientes cada mañana”.

Imagen por Evan Vucci/AP

En aquella escena, empezó a destacar el nombre de Donald Trump con su primera fechoría. En 1979 adquiría por 15 millones de dólares Bonwit Teller, unos de los primeros almacenes de lujo de la Quinta Avenida donde a menudo compraba Jacqueline Kennedy. Diseñado por Warren y Wetmore, los arquitectos de Grand Central Station, la construcción se dis­tinguía por un par de esculturas en bajorrelieve que representan a mujeres desnudas bailando, estilo art déco. Trump pidió demoler por completo el edificio para erigir su torre de 58 pisos con cristales destellantes de cobre, con el primer compromiso de enviar las obras al Metropolitan Museum, que las había requerido. Pero un año más tarde las destruía, ante el escándalo de la comunidad artística y del Met, que no había sido avisado. Proyectos faraónicos, conductas crueles, estilos de vida grandiosos –Susan Gutfreund tenía un frigorífico en el baño solo para enfriar el perfume, e iba al gimnasio en limusina– formaban parte de la cultura de la ambición que hace cuatro años coronó a un out­sider . Entre quienes lo condujeron a la Casa Blanca entonces –el único grupo demográfico que se ha mantenido fiel en las pasadas elecciones– están los hombres blancos y sin estudios a los que guiñaba el ojo dialécticamente cuando lanzó aquella bravata de “adoro a la gente con poca educación”. Es cierto, como señalaba hace unos días Paul Krugman, en The New York Times , que el ya expresidente no es un populista de manual –como Perón, por poner el más clásico de los mo­delos, o, en la actualidad, el húngaro Viktor Orbán–, pero los rasgos auto­ritarios de su liderazgo, al igual que la manipulación a través de la dema­gogia, la sentimentalización de la política y sus furibundos ataques a todo a lo que suene a progresismo hacen de él un indiscutible cacique. Solo que a él no le interesan los más pobres –y muchísimo menos los no blancos– ni ningún tipo de redistribución de la riqueza, porque, como apunta el premio Nobel de Economía, “ha representado al tipo de hombre que, si acaso, goza de aprovecharse de la gente que confía en él”. Todo en él es perverso, de la negación del cambio climático o la minusvaloración del riesgo de la pandemia global provocada por la Covid-19 a su racismo y xenofobia indisimulados o su actitud profundamente antidemocrática tras ser vencido en las urnas por una notable diferencia.

El legado de Trump es el de la aberración. Una mezcla de psicopatía y caciquismo: aquejado de fantasías conspirativas, ha ejercido de líder ­autocrático cuya dominación ha sido arbitraria, informal y caprichosa, con la arrogancia propia de quien cree tener a sueldo a un grupo de pistoleros que lo representa. A Trump se le podría comparar con los caudillos ficticios de El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias; El reino de este mundo, de Alejo Carpentier; Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos, o La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa. “Trump no se distingue de un dictador africano, y ha propagado el odio, me cuenta ­Reed Brody, el abogado de Human Rights Watch que consiguió sentar en el banquillo al que fue líder de Chad, Hissène Habré, entre otros.

Donald Trump sufre retardo –traducción literal del inglés, retard , que hoy utilizan los jóvenes de forma jocosa para expresar un retraso, desde lentitud hasta torpeza–. No transmite en tiempo real. Está desconectado de la realidad y hace gala de sus pocas luces. La lista de exasesores y servidores públicos que, tras tratar con él, le han catalogado de “tonto”, “imbécil, “un hombre con cerebro de preescolar” o “idiota rodeado de payasos” es bastante larga. Sin embargo, Trump no está solo. Cabría preguntarse si sus votantes son como él, gente cruel, inculta y despiadada, o simplemente se sienten expulsados de un sistema que ha sido incapaz de inocular unas gotas de humanidad en su piel.

La Vanguardia, 16 de Noviembre 2020

Publicado en Artículos La Vanguardia

2 comentarios

  1. Norberto Norberto

    Admirada Joana. Meter a Juan Peron en el mismo vagón populista junto a Viktor Orban y a Mr Trump es por lo menos un acto de simplificación histórica. Ya una vez estuve tentado de responder a Luna por algo parecido, pero como uno no puede querer ( ni ser querido) a todo el mundo, elijo soberanamente con quien me interesa debatir. Acabo de cumplir 74 y vivo desde hace 20 en España y, huelga decirlo, disfruto de tu ingeniosa, exquisita y comprometida prosa. Por lo mismo te sugiero que leas a dos intelectuales compatriotas mios, si, soy argentino: J P Feinmann y F Pigna. Creo que vale la pena el esfuerzo porque probablemente te hagan tener una mirada diferente sobre el peronismo. Tómalo como un aporte que sólo quiere ser constructivo. Muchas gracias y hagas lo que hagas, te seguiré allá donde escribas o hables. Saludos y buenos augurios. Norberto

  2. Anónimo Anónimo

    Claro que sí , estimado Norberto. Así lo haré, Mi intención era la de señalar a Perón como en el extremo opuesto del populismo de Orban. Pero no ha sido afortunado. Gracias por leerme así como por las lecturas que me recomiendas. Muy cordialmente. Joana

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