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La espuma de los días

En mi escritorio conservo una bandeja de cerámica que ha sobrevivido a varias mudanzas. Imita la rugosidad del papel y en ella está grabado el cartel de la primera representación de La Bohème en el Teatro dal Verme. Me la regalaron Javier Escobar y Egidio Ghezzi, a principios de los noventa, durante un viaje a Milán, en el que ellos ejercían de sumos sacerdotes de la escena de la moda. Eran distintos a todos: Egidio, un creativo bohemio y culto, Javier, un licenciado en Derecho, exmodelo de Armani, que rompió el celofán de las relaciones públicas envaradas y formales y se transformó en un espumoso vendedor de belleza.

Javier Escobar y Egidio Ghezzi (Cèsar Urrutia para Woman)

Convertían todo lo que tocaban en magia. Y el despertar tardío de España adquirió modernidad y ambición gracias a su visión cosmopolita que combinaban con una hiperexigencia en el detalle. Todavía recuerdo los pinganillos de Javier en los eventos –que entonces se llamaban actos, cócteles o cenas– , sus caras rígidas en el backstage , sus paseíllos como regidor de sala, sus agasajos a los invitados, su habilidad para templar gaitas con los periodistas y famosos altivos, sus reverencias a la aristocracia –era un ­devoto monárquico–, pero también sus copas con Miguel Bosé en el privado del Otto Zutz o sus charlas vivaces y disparatadas, siempre con un recodo mullido para el ­alma… Pero por encima de todo, evoco aquella salacidad con la que pronunciaba sus dos palabras preferidas, al principio grave, después dando saltos como un niño: “Me encanta”.

La semana pasada, Mariángel Alcázar, que escribió su obituario, me dio la noticia de su muerte. “Ha sido oscura”, dijo. La droga le había ganado la batalla. Esas rayitas que empezaron como un postre nocturno, y que se alojaban en bolsillos y clutchs selectos, mostraron sus garras de fiera indomable. Recuerdo bien la primera vez que decidió desintoxicarse. Cómo hablaba de sus amigos y apoyos, muy especialmente de Leopoldo Rodés. Tras varios años en Mallorca, en el Proyecto Hombre, de pulso constante contra el vicio convertido en enfermedad, regresó y quiso reflotar Buque. Volvía a contarte las historias de sus clientes como grandes exclusivas, extrayendo siempre el grado de paradoja, el ángulo singular con el que te enamoraba. Pero la herida se reabrió, y la noche que tanto había amado, que había conseguido hacer bailar, reír, vibrar, acabó cubriéndolo de silencio. Egidio me manda un tema para que escuchemos juntos: Some kind of love , de The Killers; sí, él tenía “la gracia de la tormenta en el desierto”. Gracias, Javier Escobar, por la espuma de los días que nos brindaste.

La Vanguardia, 21 de Octubre 2020

Publicado en Artículos La Vanguardia

Un comentario

  1. no tiene cabida. Por eso evoco aquellos anos ochenta, cuando llegaba cada manana a la estacion que tenia caracter de frontera, en la que los estudiantes nos mezclabamos con viajeros de paso. Parece que aun huelo aquel azufre mananero y recojo la espuma de los dias en que construimos el caracter, agarrados a nuestros origenes para aprendernos el camino y asi poder iluminar las diferentes estaciones de la vida.

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