Pertenezco a esa clase de personas que con solo ser visitadas por un médico ya se sienten aliviadas. Tal vez el mal no desaparezca del todo, pero sí al menos un 30% de los síntomas y, sobre todo, la negrura mental que me ha mantenido en alarma, imaginando el rictus severo de la doctora al darme la noticia. De pequeña quería ser médico, lo más cerca que se podía estar de Dios en la tierra. Me enamoré platónicamente del doctor Barnard al leer Tiempo de nacer, tiempo de morir , donde relata cómo logró trasplantar el primer corazón humano. Solo era un adelanto de lo que acabaría viendo con mis propios ojos, porque años después, en el Mount Sinai Medical Center, Valentín Fuster gesticulaba emotivamente con las manos para explicarme cómo se expandía el corazón de mi acompañante y, gracias a un stent , bombeaba de nuevo aferrándose a la vida.
El crítico literario Anatole Broyard defendía en Ebrio de enfermedad ( La Uña Rota) –un libro escrito en estado de gracia una vez le anunciaron un cáncer de próstata– la importancia de escoger a tu médico. Escribe: “Para llegar a mi cuerpo, mi médico tiene que llegar a mi carácter. Tiene que atravesar mi alma. No basta con que me atraviese el ano. Esa es la puerta de atrás de mi personalidad”. Broyard demanda un doctor metafísico, que no hace falta que le ame, pero sí que le dedique tiempo, “que disfrutase de veras de mí” . Y recuerda que Proust contó que el suyo no había tenido en cuenta que leyera a Shakespeare, y “eso, al fin y al cabo, formaba parte de su enfermedad”. Hoy, lejos de poder elegir a “nuestro médico”, asistimos al colapso del sistema público de salud.
“No hay médicos en España”, reconocen por fin nuestros gobernantes, tras años de salvaje poda a la base de la supervivencia –no es la economía, no, es la salud–. Desde el Colegio de Médicos de Madrid señalan que para enfrentarnos a la pandemia se precisan médicos de familia y pediatras en atención primaria, y que en los hospitales faltan internistas, neumólogos, infectólogos e intensivistas. Según datos del INE, se cuentan 23.900 médicos y enfermeros sin empleo. ¿Cómo pueden reunirse médicos y paro hoy en una misma frase? No existe síntoma más revelador de elitismo que la forma en que se reparten los presupuestos sociales. La dificultad de afianzar el puesto de trabajo para quienes taponan una hemorragia real pone de manifiesto la perversión de una política que ha precarizado al personal sanitario, ha consentido la fuga de talentos y ha ninguneado la vida mientras iba corriendo tras el dinero.
La Vanguardia, 20 de Septiembre 2020
Imagen por Ashkan Forouzani en Unsplash
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