Le pregunto a mi amigo el profesor de literatura Alfonso Calavia cómo empezará el curso 2020-21, qué les contará a sus alumnos tras seis meses sin estrujar la goma con la mano al meditar la respuesta. Lo imagino cual Sancho Panza, derramando sentido común pero atendiendo a lo imprevisible, al factor mágico que a veces ronda entre la pizarra y el pupitre, capaz de darle la vuelta a la clase. Me manda su guion, y no es una introducción al siglo de oro, sino una propuesta para desgranar estadios del alma a través de los versos de Karmelo Iribarren, con los que el profesor se ha emborrachado este verano.
La primera invitación temática arranca con la falta de amor por uno mismo. Bajar al submundo. Sentirse igual que una pieza rota del frigorífico, insignificante, prescindible. El poeta Iribarren escribe: “Nada como el camarero / de una cafetería de hotel / para hacerte sentir / tu efímera condición. / Medio borracho, / con el vaso en la mano, lleno / de tu pequeña importancia, / para él solo eres ese / que mañana no estará”. Los alumnos saben que el desasosiego no se atempera con una manta en un cuarto cerrado. Al contrario, la soledad que antes era viciosa pide socorro y siente la necesidad del otro . No unas buenas almohadas, ni una cerveza, ni una serie de Netflix, ni tan siquiera un perro. Hay que subrayar del poema: “de un ser humano”.
Prevalece una obligación por encima de otras: reconocer la alegría, la que aguarda sencillamente hasta descorcharla. “Qué por qué? / Ni lo sé / ni me importa. / Es miércoles, / tres de marzo, / un día gris, oscuro, / sin historia, / un día de perros, sí, pero estamos enamorados. ¿Acaso hace falta más?”. Desde la fragilidad que nos doblega, la clase ahondará en la fragilidad y la búsqueda, el dolor y el deseo, y los estudiantes de 16 y 17 años se reconocerán en estos versos: “Como un rasguño en el alma: Un simple / comentario / a destiempo / sin ninguna / importancia”.
La primera lección del curso llega a su nudo diseccionando el escepticismo que se mastica con el bocadillo. “Profesionales de la desdicha” que a pesar de su juventud envejecen la esperanza y extienden la duda colonizadora, que no les deja espacio en el sofá. Es a esa edad cuando se aprende a rodear la cintura y a dejarse invadir de cosquillas. “Amor: Apenas cuatro letras. / Y cabe tanto dentro. / Y duele tanto / cuando te dejan / fuera”. Pero el deseo no se evapora a pesar de la ausencia de novedad “Septiembre: Tú en la playa –recogiendo– y el mar desesperado”. Hay motivos para seguir jugando.
La Vanguardia, 9 de Septiembre 2020
Imagen por Mwesigwa Joel en Unsplash
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