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La Tirolina

Las vacaciones no se entienden sin el pueblo. En Madrid o Barcelona, los hay que carecen de otra procedencia que la urbana, pero  a falta de un baño de origen, se inventan un lugar a dónde regresar. El escritor Daniel Gascón acaba de publicar “Un hipster en la España vacía” (Alfaguara), una entretenida y delirante sátira sobre el revenido amor por el campo en la que su protagonista, Enrique, hace yoga en el corral, soporta pintadas de “forastero gilipollas” así como el desdén de los vecinos a los que propone talleres de nueva masculinidad. Gascón refleja el choque que sucede al resignificar la historia en una comunidad rural, desde el zeitgeist de un joven urbanita e hipermotivado, aunque alejado del sentido de la vida de los oriundos que ya saben resignificarse por sí mismos. Este es el verano del “re”. Lo cuenta muy bien la consejera de Turismo de Murcia: “Reencuéntrate en la Región de Murcia’ –el eslogan de este verano- se alza porque ha llegado el momento de revivir momentos únicos, reactivar el turismo, recargar pilas, recorrer la Región, repetir los platos favoritos y reescribir nuevas historias”. Le faltó añadir: resetear, recalentar y rebrotar. O “reinventar”, que nos ha tostado el oído con su deje de pretenciosidad  y desesperación. El re es una nota grave. De segunda intentona. 

También ha sido el verano del sol de España, y las comunidades autónomas han recocido su caldo, gastando millones de euros para transmitir ese sueño que antes provocaban la arena blanca y los cocoteros del Caribe. “Cataluña es tu casa”, Canarias: “Abraza las islas”, Andalucía: “Sal a vivir, intensamente” –con Antonio Banderas-, Valencia: “Mediterráneo en vivo”, Aragón: “Reimagina tu verano”. O la gubernamental: “Lo increíble está más cerca de lo que crees”, -y una se pregunta, ¿más aún?- La vida lenta que sostiene esta columna no languidece. Septiembre será slow. 

Regreso al pueblo: el ayuntamiento no ha iniciado cursos de mindfulness, sin embargo ha instalado una tirolina en la plaza. Los pequeños hacen cola. Me deslizo con naturalidad por el cable, hasta que al bajar quedo encajonada en la silla, al estilo Bridget Jones; los niños se ríen, los mayores más fuerte. El pan con chocolate aquí huele distinto. Voy a ver a la Ramona de cal Manel, ha cumplido los 97. Ya no sale a la calle, pero sigue leyendo libros con letra grande y lupa, acompañada de una forastera alemana que quiere aprender catalán; el último “El pont dels jueus”,  de Martí Gironell. “Aquí estoy, bueno, me estoy yendo”, dice. Y añade: “no os hagáis viejos deprisa”. Le pregunto si tiene miedo. “No -achica la mirada- ya queda poco aliciente”. Se apoya en el andador, ahora es su balcón, y se hace joven con la misma sonrisa que esbozaba hace cuarenta años, cuando te vendía las costillas de cordero.

 Al pueblo también han llegado hipsters que reforman viejas casonas y buscan su lugar en el remundo. Cómo se habrán imaginado la colección de atardeceres en invierno, la campana que da los cuartos, los tractores que regresan con polvo y paja, la escueta simplicidad del comercio y el ocio. Siempre podrán lanzarse en tirolina.

La Vanguardia, 25 de Agosto 2020

Publicado en Artículos La Vanguardia

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