No comprendo por qué ningún asesor presidencial recomendó a ZP la creación del Ministerio de la Familia para impulsar su política igualitaria. Hubiera sido recibido con los brazos abiertos, mucho más que el de las miembras, que tanto desahogo ha proporcionado. La familia reivindicada desde la izquierda, qué gran revolución. Epitelios muy tiernos. Porque el engranaje de la procreación, que no siempre prospera en su ideal de un largo y bello amor, es la llave maestra del tejido social.
Hoy, los vínculos de fidelidad que se establecen con un colchón son robustos: una media de 25 años, que a la vez es el periodo de garantía que ofrecen los modelos más exclusivos, el doble de lo que duran los matrimonios españoles. Las llamadas «nuevas familias» ocupan los dominicales y, como las de toda la vida, alimentan los divanes. Adolescentes aisladas por su tuenti búnker. Madrastras y padrastros que abominan de su título oficial, marcados por la huella de Andersen y Grimm. Medios hermanos que tiemblan por reconocer una casa común. Y Europa envejeciendo, con unas miserables tasas de natalidad.
En la habitación suena Distant Lover, una canción sobre hombres arrepentidos que suplican: please, come back baby, come back home. Marvin Gaye no falla, siempre tan útil para calentar la atmósfera: la pasión cantada en voz baja y en el estribillo con la garganta rota. El ritmo arrastrado del soul, la cintura breve, en redondo. Música para hacer bebés, se decía cuando arrasó su memorable Let’s Get It On. Hoy se sigue escuchando sobre todo durante las tardes lluviosas de domingo. El gran Gaye, que en realidad se llamaba Gay, asesinado por su puritano padre. Cuentan que mientras cumplía la pena, un recluso le preguntó si había querido a su hijo: «Digamos que no me disgustaba», respondió el reverendo Gay.
Respecto a este tema, live, pesan tanto los coros histéricos de las fans como ese desesperado lamento: come back home. Feliz domingo.
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