Nos despedimos de la arena y del mar más limpio de todos los veranos, a pesar de algunos bañistas, que insisten en ir a la playa agarrados a esas bolsas de supermercado estampadas con huevos, cebollas y pimientos. No recogen su porquería. Traen el feísmo al paraíso sin conciencia de ello. Las cuestiones prácticas a menudo contraen delitos estéticos, pero justo hoy vivimos tiempos gloriosos para el chandalismo, la etiqueta marcada por la Covid-19, de la misma forma que pagamos el pan con tarjeta de crédito o ya no firmamos el recibo de los mensajeros, requisito imprescindible para que te entregaran el paquete aunque estuvieras haciendo el pino puente. La dejadez en la vestimenta se incluye en la resaca pandémica, hasta el extremo de que ver alguien bien vestido resulta una anomalía –y una victoria de la dignidad, la elegancia del cuerpo y del alma–.
En el avión activamos el estado de alerta. Pedimos a nuestras hijas que guarden la distancia cuando en verdad se lo decimos a los adultos torpones que nos atropellan. No nos vemos las caras. Podemos sacarnos la lengua. La nueva anormalidad nos vacía de seguridades. “Mi mujer dice que esto es el fin del mundo”, saluda el taxista. La ciudad parece doblemente cerrada. El cielo encapotado. Los manifestantes antimascarillas de Colón dando un lamentable espectáculo de falsa rebeldía. En Estados Unidos ha crecido la demanda en los observatorios donde se pueden ver estrellas. No me extraña, adónde acudir si no. La naturaleza como refugio es una fantasía que va tomando cuerpo en este nuevo tiempo de anacoretas. Nos queda el paisaje.
La socialización ha quedado reducida a la pantalla. Mi hija Vera me informa sobre el último debate que se ha abierto en TikTok: ¿Eres Cayetana o Jenny? Las Cayetanas (más parecidas a Álvarez de Toledo que a Guillén Cuervo) son de derechas, gastan Converse, melenas rubias, pantalones campana, fachalecos, y escuchan a Taburete. Las Jennys, en cambio, se hacen moños, se cuelgan aros grandes y piercings, se maquillan mucho, van a colegios públicos, y tienen un ex llamado Johny. Pienso de qué manera la polarización política se infiltra entre vídeos y ritmos hip-hop, pero Jenny tira más a Rosalía que a Cuca Gamarra. Todo llegará. El mundo de TikTok es el único real para ellos, y el dinero lo huele: escanea a la generación que sucede a los Zeta, los niños de cristal mientras el marketing adoctrina sus gustos, aprovechando que hayan convertido sus horas ociosas en un videoselfie. Porque es en la virtualidad donde forjan el carácter y no los domingos por la tarde, como reza el gran aforismo de Ramón Eder (préstamo de Vila-Matas). No les va del todo mal. Las chicas de doce años toman la iniciativa y les dicen a los chicos, cara a cara: me gustas. “¿Y qué ocurre si la respuesta es negativa?”, le pregunto a mi fuente directa. “No pasa nada, siempre nos gustan varios a la vez”. No se trata de matar al romanticismo, sino de alternar el donjuanismo.
Las tardes ya son más frescas. Echas la cabeza hacia atrás, el sol quema, la brisa es un paipay, y el verano se va quedando atrás, entre el miedo y la esperanza.
La Vanguardia, 19 de Agosto 2020
Imagen por Usukhbayar Gankhuyag en Unsplash
Comentarios