Los jóvenes se han quedado sin besos ni noche, dos asuntos eminentemente transcendentes a su edad que con frecuencia están relacionados. Palidece el tiempo de las cerezas en el que todo lo bueno ocurre cuando oscurece y hay que hablarse al oído porque la música barre las palabras. La edad en que durante toda la jornada se espera con impaciencia la hora de las copas. La estampa es un clásico: jóvenes encerrados en el cuarto, solos frente a la pantalla, hasta que sale la luna y entonces hablan para decir: “salgo, llegaré a las 4”. Pero la curva en ascendente de los nuevos contagios ha extremado el control del ocio nocturno: la última copa se servirá a medianoche. Nunca imaginamos que un virus haría lo que no han conseguido los adultos durante generaciones.
Este verano no habrá fiestas en los pueblos ni sesiones de Dj´s en clubs y discotecas. No podrán verse bailar, ellos con sus zapatillas Vans, ellas con sus faldas de Brandy Melville –marca preadolescente que basa su éxito en la estrategia de la talla única- y sus croptops; en el bolso restos de tardíos chuches mezclados con los primeros cigarrillos. La noche se impregna de un brillo de estreno cuando cumplen la mayoría de edad, y en el espejo buscan a ese hombre o esa mujer que ya son, insuflado de omnipotencia porque entonces todo parece posible. Para ellos la vida aún es un cuaderno en blanco, y a pesar de los terribles pronósticos laborales se han agarrado a una nueva escala de valores, enraizados en los afectos: la amistad en un santuario, la familia una tribu, las pantallas su microclima.
Recuerden lo que hacíamos a los dieciocho, cómo mentíamos a nuestros padres urdiendo tramas en busca de libertad. Cuántas estrellas fugaces vimos pasar después de un cruce de miradas hormonadas que interpretamos como amor eterno. En qué líos nos metíamos, ya entrada la madrugada, sin teléfonos móviles ni tarjetas de crédito. La noche era el territorio preferido para explorar y adentrarse en la selva de las emociones recorriendo una línea que atraviesa la afinidad, la atracción y el miedo. Kierkegaard escribió en su diario que el temor es atracción, una llamada que lo sacudía. Los jóvenes del Covid no dejarán de experimentar, de sentir lo que sea por primera vez aunque les acorten sus noches de verano.
Acaso tendrán que imitar a sus viejos, que desde la llegada de la presbicia se han autoimpuesto celebrar las fiestas o los cumpleaños a mediodía, de forma que puedan beber y bailar sin trasnochar, y así no tener que reptar al día siguiente.
La Vanguardia, 17 de Agosto 2020
Imagen por Marvin Meyer en Unsplash
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