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Lleida no es esto

Lleida ha vuelto a ser relegada a los fogones, obligada a arrodillarse sobre las baldosas rotas de la cocina y limpiar el aceite y el hollín que han alimentado a los otros. La última provincia catalana en ser nombrada; antítesis de la ciudad de alfombras rojas y listas de espera, la que nunca ha apuntado aires de vedette, se queda sola. Y el cuento de La Cenicienta planea de nuevo sobre un lugar cuya idiosincrasia casa con su apostilla, “terra ferma”, que tan bien define a la provincia payesa cosida por siglos de trabajo constante de la tierra. Desde la embrionaria red de riegos en tiempos de los romanos hasta los primeros agricultores que entrenaron un llano y lo hicieron fértil para entregarse a al policultivo, en verdad una forma de poliamor agrícola. Campos de labranza a pleno rendimiento que florecen y dan fruta dulce en un mundo de tractores y cabañas de piedra, de hombres y mujeres de piel sufrida que han acostumbrado su cuerpo al reloj solar.

El nuevo confinamiento de Lleida demuestra de qué manera la tormenta perfecta ha caído sobre el sector primario, el eslabón más débil de la cadena alimentaria: temporeros, payeses, cooperativas que han resistido durante la pandemia con ejemplaridad. Los árboles siguieron pariendo frutos mientras el mundo cancelaba sus agendas. No se redujo la actividad ni hubo ERTE. Pero la Administración dejó desamparadas a las empresas del sector, que no recibieron instrucciones ni asistencia –y tuvieron que imponer sus propios protocolos– para afrontar la campaña de recolección en plena pandemia. La precariedad más rabiosa emergió como la resaca que trae la marea baja. La fruta seguía llegando a las mesas con manteles de lino, macedonias caprichosas para reforzar la vitamina C, mientras sus recolectores –30.000 inmigrantes– iban contagiándose entre ellos.

Desde Òmnium Cultural se ha lanzado un manifiesto, “Lleida no és això, ni és així”, redactado por Tatxo Benet y Teresa Ibars, que denuncia la campaña de desprestigio que sufre la comarca del Segrià, que ha querido responsabilizar a los payeses del rebrote. Hablo con Tatxo: “No ocurre en otros lugares de España. Si el payés no los contrata, estos chavales no pueden subsistir, y si los contrata –sin papeles–, le acusan de esclavismo, creando un círculo vicioso que culpabiliza a toda la población. Y esa es una falsa imagen de Lleida”. Hace unos días, el quiosquero del parque de Berlín madrileño me dijo: “Ah, Lleida, es la única capital catalana que da, porque mira: Barcelo ‘ná’, Tarrago ‘ná’, Giro ‘ná’ y Llei ‘da’”. Pues eso, a cambiar el cuento.

La Vanguardia, 13 de Julio

Imagen por Lluís Pérez

Publicado en La Vanguardia

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