La joyería de lujo que nació en Bilbao hace 77 años se abre a un público con menos poder adquisitivo, pero amante de los diseños más arriesgados
Emiliano Suárez Faffián fue un auténtico dandi gallego. Un aventurero que sobrevivió a la Guerra Civil, se estableció en Bilbao y se casó con Sara de la Villa, una mujer que desbordaba encanto y elegancia atlántica. De talante ambicioso, Emiliano era un tipo singular que conducía un Buick descapotable. Buen conocedor de la joyería del norte de España, se decidió a montar su primera tienda-taller en la calle Jardines número 11: una bombonera de 20 metros cuadrados. Corría 1943 y le costó 18.000 pesetas.
Enseguida se le quedó pequeña e inauguró otro establecimiento en la calle Ercilla. Sus dos hijos, Benito y Emiliano, iban, al salir del colegio, a hacer los deberes en el altillo del local, con sus pantalones cortos y sus cartabones. También a aprender el oficio. Una tarde, el padre los reunió a los dos y les habló con una firmeza inusual: “trabajaréis toda vuestra vida y siempre estaréis unidos”, les dijo. Pocos días después, Emiliano y Sara viajaron a Lerma en su Seat 1400 blanco para asistir a un funeral. De regreso, la lluvia, la carretera traidora, un camión que se cruzó y un doble accidente mortal. El último consejo del padre es su mayor herencia: el vínculo será indestructible; duro y mágico, igual que un diamante. Emiliano tiene 29 años y se acaba de casar con Isabel, Benito, de 27, corteja a Lola. Ambos asumen la dirección del negocio: uno llevará Jardines y el otro Ercilla, que pronto se trasladará a la calle Correos (“el location”, como ellos dicen, es un asunto cabal en Suárez: el primer año tras el traslado facturaron el doble).
En París descubren la relación directa de la joyería con el arte: entran en los talleres de la place Vendôme y quedan impactados por las vanguardias artísticas y los dibujos de Cocteau o Sert. Completarán su formación en Italia y Bélgica, aparte de los paseos por Old Bond Street, en Londres, y las primeras expediciones a Sudáfrica o Tailandia en busca de las mejores piedras (el respeto que sienten por la materia prima tiene algo de espiritual para ellos, además de representar un doble compromiso ético-estético). Burgueses, muy de Bilbao, creativos, con humor y retranca, su historia se remonta a una infancia –la de Benito y Emiliano– en la que no faltaban “los tesoros”: esos cofres de la casa familiar de Mariñán, en Bergondo (A Coruña), con monedas de oro, que aún recuerdan.
El contexto de una España agitada –en plena transición–, era difícil. Y aún más en Euskadi. Eran los años del plomo, con sus salvajes atentados, las amenazas constantes y el impuesto revolucionario… En aquel clima de inseguridad y presión, los dos emprendedores decidieron dar un paso hacia delante y abrir tienda en Madrid. La familia de Benito fue a la capital en taxi, aunque el coche se estropeó y se quedaron en el hotel Landa, con Emiliano niño –tercera generación– aquejado de un ataque de asma.
En 1982 estrenaron tienda en la calle Serrano, y dos años más tarde fusionan las joyerías de Jardines y Correos en un único establecimiento situado en la Gran Vía bilbaína. Sus joyas rompen con la tradición. Enseguida triunfan; mantienen el equilibrio perfecto: al espíritu artístico de Benito se le une la audacia y el talento empresarial de Emiliano. Ambos poseen unos valores éticos muy arraigados. Benito, más zen, en su burbuja, creativo y artista, con alma de bohemio. Emiliano, hiperactivo, viaja sin parar y duerme muy pocas horas, y controla hasta el más mínimo detalle. Empiezan a sumar éxitos: lossautoirs de perlas australianas y de Tahití, la combinación de piedras, el sabor de la modernidad, la joya con mensaje…
Y se repite el ritual: los hijos de Benito Suárez y Lola Pascual de los Ríos, Emiliano, Gabriel y Juan –hoy director de la firma Aristocrazy–, van a hacer los deberes al salir del colegio al taller donde trabaja su padre. Desde hace cuatro años, Gabriel Suárez –el mediano– es director creativo y de producto de la firma. Recuerda a su padre como un geniecillo loco, observando fascinado a la luz de una lámpara la pureza de aquellas piedras que, cuando eran niños, les parecían canicas de colores. Gemólogo, ha pasado por todos los departamentos de la casa, y durante años se ha dedicado a la relojería, una de sus pasiones, a través de la alianza con Patek Philippe. Hasta que le pasaron el testigo. “Mi padre me dijo un día todo lo que tenía que aprender, incluidas las finanzas, y yo le miraba atónito. Le preguntaba cuánto tiempo necesitaría”, recuerda.
Desde su incorporación a la compañía se ha creado un fuerte vínculo entre sus colecciones y la literatura y el arte. Han firmado una, titulada Grandes Esperanzas, basada en la novela de Dickens; otra titulada Cosette, como la protagonista de Los miserables de Victor Hugo… además de colaborar con artistas como Okuda, James Jean, D-face, etc. También han cambiado sus colaboradoras: Najwa Nimri llevó sus amuletos en La casa de papel y eso les dio pie para invitarla a protagonizar las fotos de su campaña en redes sociales. Su última colección, El Jardín de las delicias, simboliza un coro artístico que ha dado lugar a una serie de piezas en plata y piedras preciosas inspiradas por El Bosco.
¿Por qué la plata? ¿Es el material idóneo en tiempos de crisis?
La pensamos hace tiempo, un año y pico, tras varias colaboraciones con artistas. Se nos encendió la bombilla. El hecho de no trabajar la plata nos cerraba un espectro de consumidores que no tienen un alto poder adquisitivo pero sí saben apreciar la joyería. Ella nos permitía resaltar la parte innovadora y artística, y arriesgar en el diseño. Contamos con grandes joyeros que, capaces de trabajarla con excelencia, la incorporan sin complejos. De ahí surgen las dos colecciones: Berlin Blue y El jardín de las delicias.
No obstante, la trabajan igual que el oro…
Sí, no queremos perder nuestra esencia. Los artesanos son los mismos, igual que el proceso de diseño en 3D o la selección de la materia prima… todo ello persiguiendo calidades muy altas y buenos acabados. La plata es blanda, y más difícil de engastar que el oro; obliga a un proceso más minucioso. También nos ha hecho ganar un nuevo público que no quiere llevar oro y brillantes, porque apuestan por una nueva simplicidad y discreción como estilo de vida. Desde la anterior crisis se han ido relajando los códigos, y la ostentación está mal vista.
¿Por qué han elegido el cuadro del Bosco como punto de partida?
Se trata de una de nuestras obras de arte preferidas. El Bosco fue un adelantado a su tiempo, y también a la historia. Es un cuadro loco en el que pasa de todo, y esta colección ha querido ser un guiño a esa locura, a la imaginación. Por ello hemos colaborado con un grupo de artistas multidisciplinares: tres ilustradoras, Brianda Fitz-James Stuart –que tiene un exquisito sentido del gusto–, Nuria Riaza –que dibuja con un boli BIC y me parece lo mas romántico– y Carla Fuentes –cuya paleta de color es magnífica; la palabra ilustradora se queda corta con ella–; la fascinante Sally Hambleton para la parte floral; Carolina Nusadua, una autodidacta que ha triunfado en Instagram con bodegones delicados que hemos convertido en joyas; Federica Barbaranelli, una mujer con una creatividad y un gusto increíble; Dragon, tatuador especializado en botánica e insectos, con un trazo muy fino y sutil; y la cantante Vega, que tiene mucha personalidad y carácter, y cuya garra y estilo nos han inspirado. Todos ellos nos han acompañado en este viaje al Edén.
Y le han engarzado topacios y amatistas a la plata.
Sí. Las piedras tienen su propio lenguaje, y, dependiendo de las culturas, les encuentras muchos atributos, incluso medicinales. Buscábamos un tipo de amatista a la que llaman ‘rosa de Francia’ porque es muy sutil; casi rosa en lugar de violeta. Se alinea mejor con la obra. Y el topacio nos parece el color mas elegante para la piedra: un azul sobrio. Combinamos London Blue con el Swiss Blue y la mezcla nos permite crear sensaciones ópticas, como en las libélulas de la colección, que parece que tengan movimiento…
¿Quién realiza la ultima selección de las piedras en el taller?
La familia. Directamente. A nosotros, el 99,5% de las piedras del mercado no nos valen, porque no llegan al estándar de calidad que nos marcamos. Somos muy exigentes.
¿Qué requisitos debe de reunir una piedra para pasar su filtro?
En el caso del diamante, una mezcla de pureza, talla y color. Insistimos mucho en el color, que siempre tiene que estar entre D y H [los diamantes incoloros y en los que el color no es perceptible respectivamente, según la escala de color del Instituto Gemológico Americano (GIA)]. Las River, extrablancas, son las mejores; pero a partir de la I ya tienen un ligero tinte amarillo y nosotros no los compramos… Los nuestros, mínimo tienen que tener tres veces la calificación “Very Good”.
La pureza depende de las “inclusiones”, que son las pequeñas imperfecciones que tiene la piedra. Pueden ser puntitos negros, pequeños minerales que quedan atrapados dentro de la piedra cuando se forma… Estos no se aceptan en Suarez; jamás los compramos. Y después están el color, la talla….y el tamaño, que siempre importa.
¿Siguen viajando para comprarlas personalmente?
Sí, no compramos a través de intermediarios. Suarez siempre ha tenido esta parte de innovación, recibimos mucha influencia de la joyería francesa y trajimos ese estilo en la España de los ochenta. Era otra cosa: los volúmenes, la selección de piedras, el diseño…entonces nadie viajaba en busca de materia prima, éramos los únicos europeos salvo las cuatro marcas gigantes… Y lo seguimos siendo. Mi abuelo lo tenía en la cabeza. Los diamantes los compramos en Amberes y Tel Aviv, las piedras de color en Tailandia, las esmeraldas son de Colombia, las aguamarinas, brasileñas… Los los mejores talladores son los tailandeses, y ellos fueron primeros que encontraron los rubíes, aunque hoy son mas bonitos los birmanos…
¿Es la joyería un símbolo del lujo?
En verdad, detesto la palabra ‘lujo’. Se ha utilizado tan mal… la gente ha vestido la palabra de valores caducos, como ostentación o exhibicionismo, actualmente defenestrados. Yo prefiero relacionarla con la tradición, artesanía, valores, sostenibilidad… y, además, en nuestro caso, con un legado joyero que ha ido pasando de generación en generación desde hace 77 años. Nuestro taller principal sigue estando en Bilbao: joyeros, engastadores y pulidores; y en Madrid tenemos el taller de creación, con seis gemólogos, incluyendo a mi padre.
Entonces, ¿usted prefiere hablar de alta artesanía que de lujo?
Sí. Cada vez hay más gente joven intentado recuperar oficios que están casi perdidos: en el cuero, en el bordado… Se trata de un rico patrimonio cultural que en otros países, como Francia o Italia, se ha cuidado mucho más que en España. Aquí hemos ido muy despacio…
Ustedes han pasado de tener como embajadoras –entre los 80 y los 2000– a Sofía de Habsurgo o Isabel Preysler, a colaborar con Nawja Nimri y firmar amuletos inspirados en Frida Kahlo. ¿Un salto generacional?
Ha habido épocas que hemos sido muy innovadores, y otras que, ante las crisis, hemos arriesgado menos. Nuestra inspiración hoy radica en la cultura pop, desde la arquitectura hasta el arte…. Todo ha tenido su momento positivo a lo largo de estos 77 años de historia, y Sofía e Isabel fueron grandes colaboradoras de la marca. Hoy queremos conectar la joyería con un público más amplio, por tanto colaboramos con diversos perfiles que nos conectan con personas muy diferentes. En cuanto a los amuletos, consideramos que la joya es mucho más que un objeto, y estos pueden abrazar la piel y conectar con el alma. Muchas de nuestras colecciones tienen detrás historias de amor, leyendas que asocias a momentos importantes que has vivido… el corazón, o las calaveras, por ejemplo, me encantan; las veo como celebraciones de la vida…
¿Han notado el impacto del e-commerce durante la pandemia?
Las ventas online se han doblado. Se buscan precios atractivos, sobre todo en piezas plata, pero también se venden solitarios o piezas art decó que hacemos con aguamarinas. La gente ya no le tiene miedo al online… Y las colecciones de artistas internacionales como James Jean o D-face llegan a todo el mundo.
Están a punto de abrir su primera tienda en el mercado mexicano, su punto de venta número veintidós.
Sí, el público nos ha reafirmado en lo que estamos haciendo bien: joyería atractiva pero atemporal que te tiene que seguir gustando al cabo de 15 años. Si no, algo hemos hecho mal. Vamos a seguir abriendo el abanico de Suarez y a dar el paso internacional. Estaba previsto que abriéramos el pasado abril, y seguramente será este otoño. Suarez es hoy el resultado de un sueño que tuvieron unos niños que estudiaban en el altillo de una joyería de 20 metros cuadrados de Bilbao, transmitido por su padre y su tío, y también por su abuelo gallego, que comerciaba con monedas de oro en Mariñán Bergondo. Y esa magia nos sigue hechizando.
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