Te acuerdas de ella? Respira hondo antes de verla de nuevo”. “No lo vas a creer. Mírala, tiene 58 años y está irreconocible”. “Él era hermoso, te sorprenderá cómo se ve hoy”. Probablemente se haya topado usted con alguno de estos titulares de mal llamadas “noticias patrocinadas”, que reptan por las cloacas virtuales en cualquier idioma. No debería denominárselas noticia, pues no lo son. Tan solo se escriben para esos pescadores inexpertos que hacen clic aun intuyendo que se trata de un pez podrido del que no podrá aprovecharse ni la cabeza. Y, lejos de revelar información, estas trampas disfrazan su vana promesa bajo un disfraz frívolo. Carecen de cualquier otro sentido que no sea el morbo que vagabundea en busca de una presa blanda, ladronas del tiempo ocioso del plasma que busca réditos aunque tenga que hurgar en la basura. La tendencia a la ridiculización del otro avanza sin diques, alimentando un chismorreo insulso que pretende ser adictivo. Por tanto, el abuso moral parece liberalizado; no hay hoja de reclamaciones. Y el único punto de vista que prevalece es el de la mofa, que convive con la insignificancia.
Se suele disparar contra el físico de personajes rescatados de las hemerotecas que un día fueron jóvenes y famosos, y tocaron las estrellas con sus cuerpos y sus éxitos, que aún los hacían más bellos. Parecían inalcanzables, con esa piel dorada por la vida sonriente. Hasta que el mercado, urgido de carne fresca para seguir atrayendo a más moscas, los reemplazó por nuevos rostros capaces de satisfacer los sueños hambrientos e infieles de una plaza aburrida. Los reyes y reinas destronados acaban en una trituradora averiada. No les ofrecerán vías de reinserción, pero tampoco los dejarán en paz, a pesar de que se refugien en una cueva. Los utilizarán cual esperpento de feria; se reirán de la huella de un fatal bisturí, de los kilos de menos –o de más–, de sus arrugas o su traje, enalteciendo la mofa en un nuevo desorden mental que contribuye a perpetuar complejos frente al paso del tiempo, en lugar de combatir el estigma.
La sordidez amarilla campa a sus anchas como las ratas que estos días avanzan rabiosas por las calles de Manhattan, queriendo incluso comerse las unas a las otras, porque el hambre no entiende de modales en el reino animal. En el nuestro hay que preguntarse por qué hay gente dispuesta a vender podredumbre y pagar por mierda, cuando existen tantas vidas, tantas historias deliciosas, extrañas, reales por contar que serían auténticos banquetes para la razón y el corazón.
Imagen por Sam Rowley
Un nuevo punto, nunca había pesnado en esto. Un amigo mío de la juventud que ahora dirige deries de TV en Madrid, cuando mepezó a estudiar dirección en Cine, le pregunté por qué no actor, tenía buena pinta, y me dijo “primero que me gista la foto,pero segundo que atrás de la cámara estás hasta que el cuerpo aguante” mira tú, se lo voy a mandar.