El deportista sabe escuchar a su cuerpo, lo ha educado para que resista en un pacto inviolable. Lo respeta y lo teme, igual que a un enemigo, pero también lo exalta cuando le hace llegar lejos, pequeño dios que habita en su fisiología y su cerebro. Ese es su don. Porque atletas, tenistas, futbolistas no solo entrenan los músculos, sino que fortalecen su mentalidad con un esfuerzo supino que a la mayoría de los mortales nos parecería una auténtica tortura. Un esfuerzo constante –y por tanto interiorizado– que practican al hacer dialogar mente y cuerpo al máximo rendimiento y con la máxima exigencia.
Por ello me detengo en el instante en que un deportista de élite, entrenador de porteros, un hombre en plenitud (53 años), Juan Carlos Unzué, confiesa haber recibido avisos de sus músculos. La extrañeza del movimiento díscolo. La posibilidad de que un cortocircuito amenace la luz. El impacto del diagnóstico de ELA, que le fue confirmado en febrero, quedó amortiguado por su profundo conocimiento del cuerpo y sus límites, unido a la cultura del trabajo en equipo. En su mensaje al público, no se ha quedado en el yo, sino que ha volado hacia el nosotros, cumpliendo con esa filosofía: lo más importante nunca eres tú, es el equipo. El éxito del grupo hace más importantes a todos sus integrantes, no al revés. Unzué ha anunciado que ahora forma parte del equipo de los 4.000 afectados por la esclerosis lateral amiotrófica, la enfermedad de Stephen Hawking o David Niven, ignorada como tantos males que no son mediáticos. “Cada día hay tres fichajes nuevos, aunque cada día perdemos a tres personas”, dijo el entrenador, que ha asumido un papel activo en la lucha contra un mal que precisa recursos, públicos y privados, para mejorar la calidad de vida y alimentar la investigación.
Los porteros son diferentes, curtidos en la soledad de los palos y la red, donde enraízan su mirada de ave y despliegan su olfato protector, insuflado de responsabilidad y concentración. Vi y escuché a Unzué a través de una pantalla, en Espejo público , y sentí una orfandad imaginaria y la vez real al comprobar una vez más cuán necesarios son los maestros de vida, que, a pesar de hablar en minúsculas, remueven conciencias con su forma de enfrentar la adversidad. Es un tópico asociar heroicidad y deporte: siempre son sospechosas las lluvias de endorfinas que procura como espectáculo salpimentado por el fervor de la afición y los grandes dineros. Pero hay cosas que solo los deportistas pueden hacer, con ese frescor de menta que le echan a la vida, incluso cuando esta se balancea.
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