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Quiero ser negra como tú

La infancia es un mapa que se cuela en nuestros bolsillos adultos, arrugado y borroso pero aún fiable. Porque nuestro paulatino descubrimiento del mundo va cartografiando un trazado que nos acompañará toda la vida, aunque de niños ignoremos cómo nos marcará.


Se llamaba Doudou y era senegalés. Llegó a casa un mediodía, junto a mi padre, que ufano y cariñoso nos los presentó como un ayudante para dar un golpe de mano en la granja. Contó que llevaba días observándolo solo en un rincón del bar, y no creo que fueran su silencio ni su falta de techo, sino su mirada limpia, lo que le acercó a él. Fue el primer negro que conocimos, y de él, solo nos sorprendieron las palmas descoloridas de sus manos. En aquella España de Machín, Pepe Legrá y Basilio, la de los reyes Baltasar embetunados, representaban un exotismo lejano que no entraba en el comedor de casa. Entonces la inmigración era residual, prevalecían otras castas. En aquellos años 70, y todavía en los 80, el trabajo en la recolección de cosechas era realizado por gitanos que acampaban en la plaza con sus caravanas y nos producían una mezcla de miedo y atracción. Su estigma parecía inamovible, pero lucharon – siguen haciéndolo–, y sus manos callosas fueron relevadas por las de los subsaharianos. El racismo es una enfermedad crónica que se extiende de norte a sur e infecta a  comunidades dentro de otras, aunque compartan color de piel y lengua.

Tras el asesinato de George Floyd, la fuerza del movimiento Black Lives Matter (las vidas negras importan) ha obligado a reflexionar globalmente acerca de la importancia de ser antirracistas activos; y todos nos hemos escudriñado con lupa. La identidad europea sigue siendo refractaria a la integración y la mezcla, aquejada de una “blanquitud defensiva”, como denomina Stephen Small, sociólogo y profesor de Estudios Afroamericanos en Berkley, a la imposibilidad –no solo de los negros, también de los árabes e incluso los latinos– de abandonar los márgenes que con superioridad les concedemos.  

Le pregunto a mi amiga Bárbara Valdez, de origen dominicano, 15 años ya en España, si alguna vez ha sentido racismo por su color de su piel. “Nunca. Siempre he sido bien acogida, aunque ahora a mi niña a veces le llaman negra en el colegio. Pero yo le digo que nosotras no somos rubias, que somos negras, y que no faltan a la verdad”. Es más, Bárbara acaba por darle la vuelta a mi pregunta, tal es su poder: “lo que si recuerdo es que tu hija, de pequeña, a menudo me cogía la mano en el ascensor y llorando me decía: quiero ser negra como tú”.

La Vanguardia, 15 de Junio 2020

Publicado en La Vanguardia

Un comentario

  1. Martin Martin

    Me encanta cuando escribes a través caleidoscopio de los recuerdos. Esa mirada intima y sin embargo imparcial que descarta convencionalismos y cronología, para recuperar las pepitas de oro que bien depositadas y mejor abrillantadas por el paso del tiempo. El tiempo, es subcategoría tan abstracta.
    Todavía sigue la novela en mi cabeza de la niña que mira a Doudou y el trayecto de allí hasta Bárbara y tu nena.
    Tu nena, tú de nena: un haz mágico.
    Lindo

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