Apenas una semana después de que Carme Chacón, secundada por Esperanza Aguirre, asegurara que España está preparada para tener una mujer presidenta del Gobierno, la cabina de mandos de la Moncloa se apresta a rociarse con eau pour homme. A partir de ahora ya no habrá, cada viernes en la Moncloa y cada lunes en Ferraz, lugar para especulaciones sobre el vestuario de M.ª Teresa Fernández de la Vega, aunque no hay garantía de que no sigan lanzándose esputos misóginos desacreditando a Leire Pajín más allá de su gestión, como bien ejemplifica la locución suicida del alcalde de Valladolid que ha demostrado cómo el poder femenino perturba el imaginario de algunos hombres, incluso entre los «representantes del pueblo».

Hacía tiempo que una decisión del presidente del Gobierno no era tan aplaudida por los suyos y los otros. Los otros —ay el azar y los micrófonos abiertos—, como Cospedal y Arenas, que admiraron la buena proyección pública del nuevo equipo. Un movimiento estratégico de poder que ha suscitado las más sofisticadas metáforas deportivas y en cuyo subtexto se lee: abandonemos los experimentos, la política emocional, la hipermodernidad y el feminismo como bandera. Volvamos a lo conocido, a los políticos de casta y oficio, «la gente potente» que dice Felipe González, y por supuesto al control de los tiempos. Al mismo ritmo que los escaparates, se impone el clasicismo en esta colección gubernamental de otoño-invierno 2010 con la actividad económica tiritando. Los tiempos licuados ansían solidificarse aunque sea a base de remakes, de lo viejo y conocido, la historia de siempre, dejémonos de marcos lakoffianos. Mejor repetir quiniela que innovar en el reinado de la inmediatez donde se oferta el pack completo de éxitofrustración. Los líderes mundiales, con pocas excepciones, bracean heridos ante el creciente estado de malestar y acusan un hambre voraz de narratividad: quien no tiene una historia para vender no vende. Ante la debacle demoscópica, urgía redactar un nuevo libreto que diera relato al socialismo.

En el contexto del 2004, Zapatero construyó un sentido que le fue muy útil en su primera legislatura, y gracias a la poética de la igualdad, el recambio generacional y el republicanismo cívico de Petit, encontró un nuevo nicho en el electorado y contó con el voto de los jóvenes y de las mujeres demostrando que era un error considerar a más de la mitad de la sociedad española como un colectivo. ZP estrenó una nueva manera de ejercer el liderazgo, con su «talante» —que comparte etimología con talento— y con un ideario coronado por la palabra utopía. «Otros llevan pantalones, yo prefiero decir que llevo la sensibilidad», me dijo, aún candidato, en una entrevista a finales de enero del 2004 para Marie Claire. El primer presidente que se ha declarado feminista, que ha mostrado su aversión a los machismos y micromachismos y que formó el primer gobierno paritario de la historia, ha tenido que atarse los machos y poner en escena a actores con el colmillo retorcido para validar el relato. Hace unos días declaraba en el Foro sobre Desarrollo y Cohesión Social en América Latina que «la izquierda también tiene sus contradicciones; si no, que me lo digan a mí en este momento».

Ha hecho bien el nuevo prohombre, Alfredo Pérez Rubalcaba, al comprometerse públicamente a trabajar por la igualdad y contra la misoginia persistente para que la reversibilidad de los roles sexuales no tenga carácter retroactivo, recogiendo así el testigo de la infatigable De la Vega, quien siempre ha alertado acerca de la peligrosa inercia retroactiva en este asunto: un paso adelante, dos atrás. De momento, sí lo ha tenido el Ministerio de Igualdad, un invento danés de hace más de diez años, replicado en Suecia, Austria y España. La tan reclamada transversalidad podría haberse impulsado desde Presidencia, pero el ministerio de iguales ha quedado subsumido en ¿Sanidad? ¿Qué suma es la que contabiliza en el mismo lote el tabaco, la vacuna del papiloma, los dependientes y los anuncios de contactos? Ni cheques bebé, ni escuelas infantiles gratuitas ni más dignidad para las pensiones de las viudas. Y un permiso de paternidad ampliado a cuatro semanas en… ¡el 2012! Cierto es que cuando la pobreza entra por la puerta la igualdad sale por la ventana.

Vivimos tiempos de fragor apasionado y de madurez bien pertrechada. La llamada generación tapón vuelve a primera línea. ¿La razón? Cómo no, la misma que acaba hundiendo tantos matrimonios: la mala comunicación. Aunque el poder femenino quede representado por Salgado, Chacón y Jiménez al frente de tres ministerios importantes, es tiempo de fontaneros experimentados, de viejos lobos de mar con recorrido y olfato, al menos para garantizar el apoyo de los feligreses. Esa otra Suecia que el soñador Zapatero proyectó en su marco mental debe ralentizar sus ambiciones. Pero con el malestar social orquestado a partir de las últimas reformas laborales, los recortes presupuestarios que amenazan a ayuntamientos y autonomías y los cinturones asfixiando a los cuatro millones de parados, no hay tiempo para florituras. Zapatero conduce hoy el mismo tren pero en dirección contraria a la del 2004, aceptando, ay las, que con la creatividad, la hipermodernidad y el recambio generacional no se puede ganar unas elecciones cuando ruge la marabunta.