Hay tormenta en Madrid y los truenos empapan el ánimo. Al mediodía, antes de llover, he visto a mujeres y niñas con mascarillas, vestidas de chulapas por la Prospe. Me ha deprimido la extraña mezcla de alegría y pena, como la de un payaso anciano. Las chulonas , privadas de la sonrisa picaruela y del lunar propios “del pedazo de la España en que nací”, transmitían una falsa alegría, una resistencia al sabor de la canela fina. Ay, la vieja cuna del requiebro y del chotis, bulevar costumbrista desprovisto de toros y claveles este San Isidro, el Madrid umbraliano: “Gran teatro del mundo; una enciclopedia general sobre el carácter, el pensamiento y los hombres de España, el rompeolas machadiano de todas las Españas”, como afirmaba Javier Villán. Hoy, su actualidad exhala aires de motín provinciano que se pone Cayetano en pleno barrio de Salamanca, bien lejos de las migas que reparten los bancos de alimentos. Una gallardía mal entendida desenfunda el fachaleco y reparte abrazos entre los nostálgicos del antiguo régimen a modo de reacción ante la pérdida de privilegios y libertades, a pesar de que sigan muriendo más de cien compatriotas al día.
En la plaza de España, el aparthotel de un empresario cool es noticia por ofrecer trato de favor a Isabel Díaz Ayuso. Más de un 50% de rebaja. La presidenta da titulares a diario, casi todos muy pedagógicos. A los mandos, Miguel Ángel Rodríguez, el sabueso dircomde Aznar, que ha logrado extender la idea de una campaña de acoso y derribo contra la presi . Más allá de si ha habido conflicto de intereses y contratos reales de por medio, las prebendas en arena pública tienen muy mala estética. Bien entiendo las ventajas de esa vida de hotel que practicaron tantos mitos del siglo XX. Aristócratas arruinados no podían encontrar mejor acomodo que una suite de techos altos, ventilada a diario y con reposición de toallas blancas y esponjosas. Monsieur Nabokov pedía a su hora en el bar La Rose del Montreux un Tío Pepe; a Coco Chanel le subían cenas frugales en el Ritz parisino y Juliette Gréco dejaba abierta la puerta de su habitación en La Louisiane cuando se metía en la bañera para que los hombres, Miles Davis especialmente, la admirasen. La vida parece más resguardada en un hotel. Y su carácter provisional proporciona generosas dosis de encanto y tedio, que también son modos de calma. Pero las imágenes de las suites del BeMate se estrellan contra cualquier idea de contención y ejemplaridad, principios que parecen obligados para un cargo público en plena gestión de la crisis más grave del último siglo.
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